El Museo de Historia Natural de Londres.


Fachada del Natural History Museum de Londres (fotografía de David Iliff).


Retrato de Sir Hans Sloane.
El irlandés Sir Hans Sloane (1660-1753) fue médico, naturalista y consumado coleccionista. Siendo niño se interesó por la Historia Natural. Se licenció en Medicina y más tarde se doctoró en Física. Ingresó en la Royal Society en 1685. Dos años más tarde aceptó el puesto de médico personal del entonces Gobernador de Jamaica. Tras quince meses de estancia en la colonia regresó a Londres con centenares de plantas y animales. Durante su estancia en Jamaica probó una bebida curativa local hecha a base de cacao, que consideró "nauseabunda". Mezcló el cacao con leche y azúcar y patentó su fórmula, que luego vendió a los hermanos Cadbury. Aunque su primer uso fue medicinal, el éxito del chocolate con leche, permitió a su creador una vida holgada (1). Sloane fue el sucesor de Isaac Newton en la Presidencia de la Royal Society, puesto que ocupó entre 1727 y 1741. A su muerte, su colección llegó a los 80.000 objetos y libros, no sólo de Historia Natural, sino también antigüedades, manuscritos, cuadros, etc. Su testamento establecía que su colección sería donada al Estado.

Las cuatro cartas de Kuckahn.


Las cuatros cartas en Philosophical Transactions.
Tesser Samuel Kuckahn envía a mediados de 1770 cuatro cartas a Philosophical Transactions, publicación editada por la Royal Society de Londres, en las que expone sus métodos de conservación de aves. Esas cartas lo convierten en un autor indispensable en la historia de la Taxidermia. Abordemos su contenido.

En la primera carta de fecha 22 de mayo de 1770, Kuckahn revisa tres métodos utilizados hasta ahora para preservar las aves. Objeta sobre la utilización de la mezcla de alumbre, sal común y pimienta negra que, según el autor, generalmente se utilizaba como relleno de la cavidad ventral y en el cuello, en el método de evisceración del ave. El autor objeta que la sal favorece la humedad y la corrosión de los alambres que dan una forma natural a las aves. Los ojos si son de vidrio conservan su vivacidad, pero el resto del cuerpo se deforma, se pierden las actitudes, el color... Kuckahn afirma que "la experiencia ha demostrado que las aves así conservadas se corrompen tarde o temprano, y que son pasto de insectos". Sobre el método de inmersión en licor, Kuckahn dice que es bueno desde el punto de vista de la preservación, pero que no mantiene las proporciones, actitudes, las “gracias”, y por tanto, el ave no tiene vida y movimiento. El tercer método consiste en desollar las aves y preservar la piel con alumbre, sal y pimienta. El autor comenta que es el practicado en Alemania y Holanda, y el más generalizado en Francia desde hace bastante tiempo. Kuckahn admite que no es un mal método, pero plantea tres objeciones: que presenta gran dificultad, sobre todo en el desollado de pequeños pájaros muertos con arma; que una vez desollada la piel, muchas personas no guardan bien las proporciones del ave a la hora de montarla, especialmente el cuello, que desollado dobla su longitud; y que estos métodos no llegan a descarnar las alas y los cuartos traseros y que, consecuentemente, no se pueden aplicar productos preservativos. Finalmente, el autor propone su método como mejor, enfatizando que no sólo lo es desde el punto de vista de preservación del ave, sino también en lo referente a guardar las proporciones y las actitudes naturales. Y anuncia que lo tratará en futuras cartas. 

"Le peuple des endormis", un cómic de Tronchet y Richaud.

El cómic Le peuple des endormis (Gente durmiente) se publicó en Francia y Bélgica en dos volúmenes, en septiembre de 2006 y enero de 2007, por la editorial belga Dupuis, en su colección Aire libre. Los dibujos son de Didier Tronchet y el texto se basa en la novela La ménagerie de Versailles de Frédéric Richaud, que se publicó en español en el año 2008 con el titulo Un zoológico para el Rey Sol. Los libros tienen un tamaño de 23,5x31 cm., con 56 y 64 páginas, respectivamente.

Cubierta del primer tomo.
En el tomo 1 nos encontramos en el París del siglo XVIII. El joven Jean recibe una estricta educación de mano de su madre y de un tutor. Su cuaderno de dibujo es su única vía de escape. Su padre es, para él, un ser extraño. La família, por sorpresa, descubre su afición secreta. El padre de Jean convierte el consejo de familia al que se enfrenta el joven en un guiño a su hijo. Esa misma noche  el padre lo arrastra por calles y callejones hasta un sótano donde le descubre su afición: la taxidermia. A partir de ese momento Jean se convierte en colaborador de su padre, obsesionado con encontrar el conservante perfecto que alargue la vida de sus trabajos. Es en ese sótano donde conoce al marqués de Dunan, mecenas de su padre, jovial, fanfarrón y seductor, a quién le gusta explicar las historias de la corte del rey y quien planea, además, una expedición a África. A la muerte  de su padre, Jean, gracias a su talento como dibujante, consigue embarcar rumbo a África junto al marqués.

Carl Akeley, padre de la Taxidermia moderna en los Estados Unidos.


Carl E. Akeley.
Clarence Carl Ethan Akeley (Claredon, Nueva York, 1864-Virunga National Park, R. D. Congo, 1926), además de taxidermista fue escultor, naturalista, inventor y fotógrafo. Creció en una granja y asistió a la escuela durante tres años. Su primer contacto con la taxidermia lo tuvo con doce años cuando visitó la exposición de unos cincuenta pequeños mamíferos y aves disecados que un pintor, decorador de interiores y taxidermista aficionado inglés llamado David Bruce mostró en la ciudad vecina de Brockport. En su autobiografía Akeley cuenta que con dieciséis años "anunció al mundo que sería taxidermista". Se compró un manual por un dólar y comenzó a disecar. A partir de 1883, con diecinueve años, ingresó como aprendíz de David Bruce, persona afable, que enseñó al joven Carl todo lo que podía enseñarle. Aquel año ingresó como miembro en la Sociedad de Taxidermistas Americanos, coincidiendo con la Tercera Exposición que se celebró en Nueva York, en la no presentó ningún trabajo. Sus ansias de progresar en el arte de la taxidermia le llevaron a tomar una determinación: "Una mañana caminé tres millas hasta la estación para tomar el tren con destino a Rochester". En aquella ciudad se presentó en el reconocido establecimiento que Henry A. Ward, "una de las grandes autoridades de la taxidermia" según Akeley, fundó en 1862. Carl Akeley recuerda el encuentro con aquel hombre "brusco y fiero" al que entregó su tarjeta de visita y que le preguntó sobre sus conocimientos. Ward lo aceptó y le asignó un salario de tres dólares y medio por semana. Akeley descubrió que sus gastos de manutención eran de cuatro dólares semanales. La jornada de trabajo era de 7 de la mañana a 6 de la tarde, sin cobertura por enfermedad ni vacaciones.