"Bienvenido a tu nuevo hogar", fotografía del Museo de Los Ángeles.



La fotografía recoge el momento en el que Mel Lincoln, preparador de hábitats de dioramas del Museo de Historia Natural de Los Ángeles, da la bienvenida en 1952 a un oso kodiak disecado al que será su nuevo hogar. El animal, nada menos que de 2'75 metros de altura, fue abatido, se cuenta que en condiciones de escasa luz y densa niebla, por un guarda del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos después de que atacara a los miembros de una expedición del Museo a la isla de Kodiak, Alaska. Aunque no se derribó por su tamaño, más tarde se comprobaría que se trataba del ejemplar de su especie de mayor envergadura jamás registrado hasta aquel momento. Permaneció expuesto en el Salón de Mamíferos de América del Norte hasta mediados de los años ochenta.

El "mobiliario Wardiano".

Mobiliario animal, artículo de The Strand Magazine.
Continuador de una saga y el mayor taxidermista de su época, Rowland Ward (1847-1912) coincidió con el final de la era victoriana y abarcó también la década eduardiana, época de esplendor de la Taxidermia inglesa. Su tienda de Picadilly Street, Londres, era frecuentada por personajes de la alta sociedad y la realeza europea que le encargaban la preparación de trofeos de caza procedentes en todo el mundo. No se le puede negar espíritu comercial. Ward amplió en varias ocasiones su negocio, se constituyó en sociedad, creó una editorial y el conocido libro Records of Big Game, patentó su Taxidermine, un producto preservativo para las pieles, pero también registró además muchos otros objetos decorativos realizados con animales disecados o parte de ellos. El propio  Rowland Ward se refería a estos últimos como "mobiliario wardiano". Las ilustraciones de este artículo dan buena cuenta de ello, y el siguiente texto, correspondiente a un capítulo de su A Naturalist's Life Study in the Art of Taxidermy (1), titulado precisamente Wardian Furniture, también:

“The Sportsman’s Handbook” (1880), de J. Rowland Ward.

Cubierta de la primera edición.
James Rowland Ward (1847-1912), el conocido taxidermista londinense de Picadilly de finales del siglo XIX y principios del XX, miembro de la saga de taxidermistas fundada por su abuelo John Herbert Ward, publicó en 1880 en su propia editorial The Sportsman’s Handbook to Practical Collecting and Preserving Trophies, en español Manual del cazador para recoger y conservar trofeos de forma práctica, un tratado de Taxidermia con un formato de octavo mayor, ilustrado y de poco más de cien páginas, que dedicó a su padre Henry Ward. A pesar de que, como comprobaremos a continuación, no aporta mucho, Ward lo iría ampliando y reeditando hasta alcanzar en 1919 las once ediciones. En posteriores tiradas la cubierta del libro -imagen de la derecha- cambiaría, en vez de las manos de un taxidermista manipulando un ave, aparecerían grabadas dos cabezas de rinocerontes indios.

Ward no cita a ningún autor anterior en su manual, y las técnicas que describe son las propias de su tiempo. Para las aves proponía como preservativo el jabón arsenical (1) en las siguientes proporciones: 5 onzas (2) de alcanfor (3), 2 libras de arsénico blanco  (4) en polvo, 2 libras de jabón amarillo y 4 onzas de cal (5) pulverizada, todo ello mezclado con algo de agua y alcohol. Y para las pieles de mamíferos, peces y reptiles el curtido al alumbre, mezcla de alumbre de roca (6), sal común y agua (7). El desollado es el ordinario en aves, mamíferos y reptiles. Los peces los abre longitudinalmente por un lateral.

"El loro disecado", un cuento de Rafael Dieste.

Rafael Dieste publicó Historias e invenciones de Félix Muriel en su exilio de Buenos Aires en 1943, y no fue hasta 1974 cuando se publicó en España. El cuento El loro disecado, deliciosa, fantástica y misteriosa historia, incluída en Historias e invenciones, comienza así: 
   "En su tienda de Efectos Navales y Similares (los “similares” eran, entre otras cosas, alpargatas, trajes de mecánico, abonos químicos y sulfatos para las viñas), don Ramón tenía un loro disecado. Estaba muy serio, y prendida a una pata y a la alcándara tenía una cadenita como si fuese un loro vivo y pudiera escaparse. De modo que los que lo veían por primera vez se le acercaban y decían:
   - Dame la patita, lorito real…
   O cualquier otra cosa de las que hay que saber para hablar con un loro.
   Pero aquel no decía nada. Era don Ramón si estaba de buen humor, el que algunas veces respondía por él.
   - ¡Qué loro más raro! –exclamaba entonces el visitante o cliente-. Habla sin abrir el pico, y hasta parece que suena en otro lado. Parece aquel de la chistera que vino una vez con los monifates.
   - Sí, es ventrílocuo –explicaba don Ramón.
   Otras veces decía:
   - Está dormido, no le moleste.
   O bien:
   - No tiene ganas de hablar. Está pensando, recordando… Tiene derecho al silencio. Hablemos nosotros. ¿Qué le parece el nuevo alcalde?
   - Señor –le respondió una vez un campesino que había ido por sulfato-, tengo derecho al silencio.
   Bien –respondió don Ramón-, entonces ya sé lo que piensa. Lo mismo que yo. De acuerdo, de acuerdo.

Postal de R. P. Bray, taxidermista de Blooming Prairie, Minnesota.

En la postal vemos a un taxidermista endomingado, posando con algunos de sus trabajos en un jardín, junto a un árbol. Está rodeado de numerosas zancudas y otras aves acuáticas, algunos mamíferos pequeños y medianos, todos ellos flanqueados a su derecha por un ciervo de Virginia y a su izquierda por un pelícano. El texto de la tarjeta reza "R. P. Bray, Taxidermist, Blooming Prairie, Minn.". La de Bray y su colección es una modesta y bella historia que merece ser recordada.