El loro de Gustave Flaubert. Los loros de Julian Barnes.

Gustave Flaubert publicó Tres cuentos (Trois contes) en 1877. Fue todo un éxito. Contó con cinco ediciones en dos años. Un corazón sencillo (Un coeur simple) (1) es el título de uno de esos cuentos. Es el mismo Flaubert quien en una carta a Madame Roger des Genettes le resume el argumento:
   "Un corazón sencillo es el relato de una vida oscura, la de una pobre chica de campo, devota pero mística, sacrificada sin exaltación y tierna como el pan fresco. Ama sucesivamente a un hombre, a los niños de su ama, a su sobrino, a un viejo al que cuida, finalmente a un loro; cuando muere el animal, lo manda disecar, y cuando ella misma va a morir, confunde al loro con el Espítitu Santo. No es en modo alguno un cuento irónico, como supone, sino al contrario muy serio y triste. Quiero compadecerme, hacer llorar a las almas sensibles, pues yo mismo soy una de ellas."
Félicité y Loulou (2).

Para la redacción de Un corazón sencillo, Flaubert utilizó un loro disecado que, según cuenta él mismo, mantuvo en su mesa de trabajo todo el tiempo que duró su redacción. Quería "llenarse el alma de loro, para pintar al natural".  

Cubierta de Tres cuentos.
El traslado a otra prefectura del barón de Larsonnière, ex consul en América, y de su familia, les obliga a regalar su loro a madame Aubain que, a su vez, se lo regala a su sirvienta Félicité. Loulou, el loro coprotagonista del relato evocaba a Felicité a su querido sobrino Víctor, que se había enrolado como grumete en un barco y que había fallecido en La Habana. Una fría mañana de invierno Félicité encuentra muerto al loro. Cree que alguien lo ha envenenado con perejil. Ante el desconsuelo, la señora Aubain le propone a su criada que lo diseque. Con la intermediación del boticario, Félicité envía el loro a Fellacher, un taxidermista de El Havre. Un fragmento:
   "Fellacher se quedó mucho tiempo con el loro. Siempre se lo prometía para la semana próxima; al cabo de seis meses, anunció la salida de una caja; y ya no se habló más del asunto. Era para creer que Loulou no volvería más. "¡Me lo habrán robado!", pensaba ella.
   Por fin llegó –y espléndido, derecho sobre una rama de árbol, que se atornillaba en un zócalo de caoba, una pata en el aire, la cabeza torcida, y mordiendo una nuez, que el embalsamador había dorado, por afición a lo grandioso.
   Ella lo guardó en su habitación."
Cuando finalmente lo recibe, lo coloca en su habitación, junto a numerosos efectos religiosos y los recuerdos de toda su vida. Félicité vuelca en Loulou todo su afecto y lo asocia al Espíritu Santo. Incluso antes de recibir la extremaunción se despide de él con un beso.

Félicité asocia al loro con el Espíritu Santo, cuando tradicionalmente el Espíritu Santo siempre se había representado por una paloma. La simbología del loro es muy variada. En relación con nuestro contexto, en la Edad Media se asociaba con la Inmaculada Concepción. Cuenta la leyenda que al joven Cayo Julio César se le apareció un loro en el camino y lo saludo con un premonitorio "Ave César" que probaría, por una parte la posibilidad de la existencia de milagros, y por otra se trataría del saludo "Ave Maria" por el que el ángel reconocería a la Virgen como una nueva Eva, por la simple razón de que Ave, leído al revés es Eva. Era, por tanto, símbolo del mensajero. Y también lo era del alma. Otra curiosidad es que tanto loros como humanos pueden padecer epilepsia, una enfermedad crónica que Flaubert tenía.

El loro del Hôtel-Dieu (3).
En el Museo de Historia de la Medicina de Ruan, en el Hôtel-Dieu, antiguo hospital donde ejerció el padre de Flaubert y donde el escritor vivió sus primeros años, podemos ver el "Loro de Flaubert". En efecto, un ejemplar de Amazona fijado sobre una peana de madera torneada, lacada en color blanco, aunque no en la posición que se describe en el libro. La inscripción que leemos y que aparece en la página web del Museo es la siguiente:
   Loro naturalizado. Siglo XIX. Depósito del Museo de Historia Natural. Rouen.
   "¿Sabe qué tengo ante mí, sobre la mesa, desde hace tres semanas? Un loro disecado… Su visión me empieza a aburrir".
   Este loro Amazona es el que Flaubert pidió prestado al Museo de Historia Natural de Rouen y situó sobre su mesa de trabajo para la descripción de Loulou en Un corazón sencillo.
El entrecomillado de la inscripción anterior pertenece a un conocido fragmento de una carta de Flaubert a Madame Brainne, datada el 28 de julio de 1876:
   "¿Sabe qué tengo ante mí, sobre mi mesa, desde hace ocho días? Un loro disecado. Está fijo. Su visión me empieza a aburrir. Pero lo miro, para llenarme el cerebro con la idea del loro. Mientras escribo los amores de una joven vieja y de un loro".
Para perplejidad de aquellos que siguen la ruta literaria del escritor, la casa familiar de Flaubert en Croisset expone un segundo loro disecado cuya etiqueta también afirma que ese es el que el Museo de Historia Natural de Ruan le prestó al escritor para escribir Un corazón sencillo.

La descripción de Loulou que el escritor hace en su cuento la encontramos al comienzo del cuarto capítulo y es la siguiente:
   "Se llamaba Loulou, su cuerpo era verde, la punta de las alas rosa, su frente azul, y su garganta dorada".
Manuscrito de Un coeur simple (4).

De entre los dos candidatos el más cercano a esa descripción es el del Museo de Historia de la Medicina de Ruan. El loro de la casa familiar de Croisset, por el contrario, tiene la frente amarilla y la garganta verde-azulada. Cada museo defiende ser el poseedor del verdadero loro inspirador de Flaubert. Ambos afirman disponer de pruebas escritas. La duda se resuelve al descubrir que ambos fueron prestados por la sección de aves del Museo de Historia Natural, que disponía entonces de unos cincuenta ejemplares de loros Amazonas. Los conservadores de ambos museos, en el momento de su creación, escogieron tomar en préstamo aquel que más se acercaba a la descripción. En la actualidad sólo quedan tres ejemplares de Amazona en el Museo de Historia Natural. El resto se ha ido desechando y quizá, entre ellos, se encontrara el verdadero loro que utilizó el Flaubert. Esa duplicidad le sirvió asimismo de inspiración al escritor inglés Julian Barnes para publicar El loro de Flaubert (Flaubert's Parrot) en 1984.

Cubierta de El loro de Flaubert.
El loro de Flaubert, todo un éxito de lectores y de crítica, además de novela es una biografía de Gustave Flaubert. El narrador de esta historia es el doctor Geoffrey Braithwaite, un inglés apasionado por la obra y por la vida de Flaubert, que viaja a Normandía siguiendo los pasos y visitando los escenarios donde vivió el escritor francés. A pesar del título, no es una novela en la que el protagonista sea Loulou, el loro de Un corazón sencillo. El protagonista es el mismo Flaubert: sus obsesiones, la relación con sus amantes, sus viajes, su particular bestiario, la relación entre y con sus novelas, el sexo, su odio al ferrocarril…

Al principio de la novela, el doctor Braithwaite visita Ruan:
   “Durante mi estancia visité el Hôtel-Dieu, el hospital en el que el padre de Flaubert fue cirujano-jefe, y en donde el escritor vivió su infancia. (…)
   Luego vi el loro. Estaba en una habitacioncita y era verde intenso y tenía los ojos despabilados, y la cabeza torcida en un ángulo interrogador. “Psittacus –decía la inscripción de su percha-. Loro que G. Flaubert tomó prestado del Museo de Rouen y colocó en su mesa de trabajo mientras escribía Un coeur simple, en donde recibe el nombre de Loulou, el loro de Félicité, principal personaje del cuento.” Una fotocopia de una carta de Flaubert confirmaba el dato: el loro, escribió, permaneció en su escritorio durante tres semanas, al término de las cuales su visión comenzó a irritarle.
   Loulou se encontraba en buen estado, con las plumas tan recias y la mirada tan irritante como cien años atrás. Miré el pájaro, y me sorprendió sentirme tan en contacto con este escritor que prohibió desdeñosamente a la posteridad que se interesase en absoluto por su persona. (…)
   Cuando iba de regreso al hotel compré una edición para estudiantes de Un coeur simple. Quizá el lector conozca la historia. Trata de una criada pobre e inculta llamada Felicité, que sirve a la misma señora durante medio siglo, sacrificando sin resentimiento su propia vida por la de los demás. Siente afecto, sucesivamente, por un tosco novio, por los hijos de su ama, por su propio sobrino, y por un anciano que tiene un brazo canceroso. El azar se los arrebata a todos: mueren, o se van, o sencillamente la olvidan. Es una existencia en la que, como podía esperarse, los consuelos de la religión compensan la desolación de la vida.
Félicité encuentra muerto a Loulou (2).
   El último objeto de esa serie cada vez más reducida de afectos es Loulou, el loro. Cuando, a su debido tiempo, también él muere, Félicité lo hace disecar. Guarda la adorada reliquia a su lado, e incluso forma el hábito de rezarle, arrodillándosa ante él. Una confusión doctrinal acaba formándose en su simple cerebro: se pregunta si no sería mejor representar al Espíritu Santo, al que suele darse aspecto de paloma, como un loro. La lógica está sin duda de su parte: tanto los loros como el Espíriru Santo hablan, cosa que no les ocurre a las palomas. Al final del relato muere la propia Félicité. “Sus labios sonreían. Los movimientos de su corazón se hicieron cada vez más lentos, de latido en latido, cada vez más remotos, más suaves, como una fuente que se seca, como un eco que se desvanece; y, cuando exhaló el último suspiro, creyó ver, en el cielo entreabierto, un loro gigantesco que planeaba sobre su cabeza.”
Al fragmento anterior le suceden las interpretaciones del doctor Braithwaite alrededor de la personalidad de Gustave Flaubert, la del personaje Félicité, y el papel de Loulou, “Félicité + Loulou = Flaubert?”; y repasa “los cuatro principales encuentros entre el novelista y los miembros de la familia de los loros”.

El loro de Croisset (5).
En su último día en Ruan, Geoffrey Braithmaite viaja a Croisset, donde residió Flaubert. Allí hace un descubrimiento:
   “Entonces lo vi. Agachado en lo alto de un armario había un loro. También de color verde intenso. Y también, según dijeron tanto la gardienne como la etiqueta de su percha, era el mismísimo loro que Flaubert pidió prestado al Museo de Rouen para escribir Un coeur simple. Pedí permiso para bajar de allá arriba este segundo Loulou, lo posé con todo cuidado encima de una vitrina, y le quité la campana de cristal.
   ¿Cómo se establece una comparación entre dos loros, uno de ellos idealizado ya por la memoria y la metáfora, y el otro apenas un chillón intruso? Mi reacción inicial fue pensar que el segundo era menos auténtico que el primero, sobre todo porque su aspecto era más bonachón. La cabeza estaba situada en un ángulo más recto en relación con el cuerpo, y su expresión no era tan irritante como la del pájaro del Hôtel-Dieu. Luego comprendí que este razonamiento era falaz: Flaubert, al fin y al cabo, no pudo elegir entre varios loros; e incluso este segundo loro, que parecía un compañero más tranquilo, podía perfectamente ponerte nervioso al cabo de un par de semanas.
   Le mencioné la cuestión de la autenticidad a la gardienne. Comprensiblemente, ella se puso del lado de su loro, y rebatió con aplomo los argumentos del Hôtel-Dieu. Me pregunté si existía alguien que supiera la solución. Me pregunté si este asunto le importaba a alguien, aparte de mí, que había cometido la temeridad de dar significación al primer loro. ¿La voz del escritor…, por qué piensas que puede ser localizada tan fácilmente? Tal era la réplica que me había dado el segundo loro. Cuando miraba el Loulou posiblemente falso, el sol encendió aquella esquina de la habitación e hizo que su plumaje adquierese un tomo más definidamente amarillo. Volví a dejar el pájaro en su sitio y pensé: tengo más edad de la que Flaubert llegó jamás a tener. Parecía una presuntuosidad; una cosa triste e inmerecida.
   (…)
   Cuando regresé de mi viaje, el loro duplicado siguió revoloteando en mis pensamientos: uno de ellos era amable y franco; el otro, engreído e inquisitivo. Escribí a varios académicos que podían saber si se había demostrado adecuadamente la autenticidad de alguno de los loros. Escribí a la embajada francesa y al director de las guías Michelin. También escribí a Mr. Hockney. Le conté mi viaje y le pregunté si había estado en Rouen; le dije que estaba preguntándome si había recordado alguno de esos dos loros cuando grabó su retrato de Félicité dormida. O si, en caso contrario, también él había a su vez pedido un loro de algún museo para usarlo como modelo. Le advertí de los peligros que encierra la tendencia de esta especie a la partenogénesis póstuma.
Confié en recibir muy pronto las respuestas.”
En el capítulo del libro titulado El bestiario de Flaubert, Julian Barnes nos descubre que la principal característica del estudio del escritor era la presencia de una alfombra de piel de oso en el centro de la estancia. El narrador de la historia disquisiciona alrededor del significado y el origen de la presencia del loro en la obra del escritor. Más adelante descubrimos que en 1856 “Gustave expone en su césped un cocodrilo disecado que se ha traído a su regreso de Oriente; esto permite que el animal vuelva a tostarse al sol por primera vez desde hace tres mil años.”

Al final de la novela el doctor Geoffrey Braithwaite vuelve en 1982, dos años después, a Ruan y visita de nuevo el Hôtel-Dieu :
   “Seguimos avanzando por el museo hasta que llegamos a la sala en donde estaba el loro. Saqué mi cámara Polaroid, y obtuve autorización para hacer la foto. Mientras mantenía debajo del sobaco la placa que estaba revelándose, el gardien señaló la carta fotocopiada que había visto yo en mi primera visita. Es de Gustave Flaubert y está dirigida, el 28 de julio de 1876, a Mme Brainne:Flaubert: "¿Sabe usted qué es lo que tengo en mi mesa, ante mi vista, desde hace tres semanas? Un loro disecado." “¿Sabe usted qué es lo que tengo en mi mesa, ante mi vista, desde hace tres semanas? Un loro disecado. Permanece ahí como un centinela de guardia. Su imagen empieza a irritarme. Pero lo conservo ahí para llenarme el cerebro de la idea del loro. Porque estoy escribiendo actualmente la historia de los amores de una chica vieja y un loro.”
   -Este es el auténtico –dijo el gardien dando un golpecito a la campana de cristal que teníamos ante nosotros-. Este es el auténtico.
   -¿Y el otro?
   -El otro es un impostor.
   -¿Cómo puede estar seguro?
   -Muy sencillo. Este procede del Museo de Rouen.
   Y diciendo esto señaló un sello redondo que había en un estremo de la percha, y luego me hizo fijar en una página fotocopiada del registro del museo. Era una lista de artículos prestados a Flaubert.(…)
   (…)
   -El auténtico es el nuestro –repitió innecesariamente el gardien cuando me acompañaba a la salida. Era como si se hubiesen invertido nuestros papeles: no era yo quién necesitaba garantías, sino él.
   -Estoy seguro de que tiene usted razón.
   Pero no estaba en absoluto seguro. Me fui en coche a Croisset y fotografié el otro loro. También tenía un sello del museo. Le dije a la gardienne que sí, que su loro era el auténtico, y que no cabía la menor duda de que el del Hôtel-Dieu era un impostor.” 
   (…)
   (…) La descripción que da Flaubert del loro de Félicité al comienzo del capítulo cuarto es muy breve: “Se llamaba Loulou. Tenía el cuerpo verde, la punta de las alas rosa, la frente azul, y la garganta dorada.” Comparé mis dos fotos. Los dos loros tenían el cuerpo verde; los dos tenían la punta de las alas de color rosa (más en la versión del Hôtel-Dieu). Pero la frente azul y la garganta dorada pertenecían sin la menor duda, al loro del Hôtel-Dieu. El loro de Croisset lo tenía justo al revés: la frente dorada y la garganta de un verde azulado.”
Félicité se despide de Loulou poco antes de morir (2).

Dispuesto a resolver sus dudas, Braithwaite se encuentra con Lucien Andrieu, el secretario de la Société des Amis de Flaubert:
   “Después le pregunté acerca de un par o tres de detalles, y por fin mencioné los loros.
   -Ah, los loros. Hay dos.
   -Sí. ¿Sabe cuál de los dos es el auténtico, y cuál el impostor?
   Volvió a tragar saliva.
   -El museo de Croisset fue inaugurado en 1905 –me dijo-. El año de mi nacimiento. No fui testigo presencial de ese momento, claro. Reunieron todo lo que consiguieron encontrar… Bueno, usted mismo habrá podido verlo. –Hice un gesto de asentimiento-. No había gran cosa. Muchos objetos ya se habían dispersado. Pero el conservador pensó que había una cosa importante que sí podían tener ellí, el loro de Flaubert. Loulou. De modo que se dirigió al Museo de Historia Natural y dijo, ¿podrían devolvernos el loro de Flaubert, por favor? Nos iría muy bien para el pabellón. Y los del museo le dijeron: pues claro que sí, venga por aquí.
   Braithwaite: "¿Sabe cuál de los dos es el auténtico, y cuál el impostor?"Monsieur Andrieu ya había contado esa historia otras veces. Se sabía las pausas de memoria.
   -Pues bien, condujeron al conservador al sitio donde guardaban los artículos de la colección que no estaban expuestos. ¿Quiere usted un loro?, le dijeron. Vamos a la sección de los pájaros. Abrieron una puerta, y contemplaron ante ellos…, cincuenta loros. Une cinquantaine de perroquets!
   “¿Quiere saber qué hicieron entonces? Hicieron lo más lógico, lo más inteligente que podían hacer. Volvieron a la habitación con un ejemplar de Un coeur simple y leyeron la descripción que hace Flaubert de Loulou. –Lo mismo que había hecho yo el día anterior-. Y entonces escogieron el loro que más se parecía a la descripción.
   “Al cabo de cuarenta años, terminada la última guerra, el Hôtel-Dieu decidió comenzar a reunir su propia colección. También ellos fueron al museo y dijeron, por favor, queremos el loro de Flaubert. Desde luego, dijeron los del museo, elijan ustedes mismos. De modo que ellos también consultaron Un coeur simple, y eligieron el loro que más se parecía al descrito por Flaubert. Y por eso hay dos loros.
   -De modo que el pabellón de Croisset, que fue el primero en elegir, debe de ser el que posee el loro auténtico, ¿no cree?
   M. Andrieu adoptó una expresión excéptica. Se retiró el sombrero hacia la nuca. Yo le enseñé mis fotos.
   -Suponiendo que fuese así, ¿qué opina de esto?
   Cité la conocida descripción del loro, y señalé la frente y la garganta del loro de Croisset, que no coinciden con lo que dice el libro. ¿Cómo es que el loro elegido en segundo lugar se parece más al loro descrito por Flaubert que el loro elegido en primer lugar?
   -Bien. Debe recordar usted dos cosas. La primera, que Flaubert era un artista. Era un escritor de la imaginación. Y era capaz de cambiar un dato para mejorar la cadencia; era su forma de trabajar. ¿Cree usted que por el simple hecho de que tomase prestado un loro iba a describirlo tal como lo veía? ¿Por qué no pudo haber alterado los colores a fin de que sonara mejor?
   “Y la segunda es que después de terminar el cuento, Flaubert devolvió el loro al Museo. Esto ocurrió en 1876. El pabellón no fue inaugurado hasta pasados treinta años. Ya sabe que los animales disecados son atacados por la polilla. Acaban desmenuzados. Eso fue lo que le ocurrió al loro de Félicité, ¿no es cierto? Se le salió el relleno.
   -Cierto.
   -Y es posible que con el tiempo les cambie el color. Naturalmente, no soy un experto en el campo de la disecación de animales.
   -Entonces, ¿quiere usted decir que es posible que cualquiera de los dos sea el auténtico? Es más, ¿Qué no lo sea ninguno de los dos?
   Abrió lentamente las manos sobre la mesa, como un malabarista que tranquiliza a su público. Yo tenía que formularle una última pregunta.
   -¿Quedan todavía más loros en el museo? ¿Quedan los cincuenta?
   -No lo sé. No lo creo. Debería usted saber que durante los años veinte y treinta, en mi juventud, se pusieron de moda los animales disecados. La gente se los ponía en la sala de estar. Les parecían muy bonitos. Y muchos museos vendieron buena parte de sus colecciones, los animales que no les hacían ninguna falta. ¿Por qué razón tenían que guardar cincuenta loros del Amazonas? Si se los quedaban, lo más probable era que que se echasen a perder. No sé cuántos tienen ahora. En mi opinión, el museo vendió la mayor parte.
(…)
Museo de Historia Natural de Ruan (6).
   Unos cuantos cientos de metros más al norte, en el Museo de Historia Natural, me condujeron al primer piso. Esto sí que fue una sorpresa; yo había dado por supuesto que los artículos no exhibidos en los museos se guardan siempre en los sótanos. (…)
   Era una habitación pequeña, más o menos de dos metros y medio por tres metros, con ventanas a la derecha y estantes en perspectiva a la izquierda. A pesar de que colgaban del techo algunas bombillas, esta cámara acorazada del ático está bastante oscura. Era una tumba, pero al mismo tiempo no era del todo una tumba: algunas de aquellas criaturas serían sacadas de nuevo a la luz, y sustituirían a aquellos de sus colegas que se hubieran pasado de moda o que hubieran sido comidos por la polilla. De modo que se trataba de una habitación ambivalente: en parte era un depósito de cadáveres, pero también era como un purgatorio. Su olor también era incierto: entre el de un quirófano y el de una tienda de quincalla.
   En todos los rincones hacia los que me volvía iba encontrando pájaros y más pájaros. Un estante tras otro de pájaros, todos ellos rociados de un pesticida de color blanco. Me condujeron al tercer pasillo. Me abrí paso cautelosamente entre los estantes y después alcé la vista. Allí, en fila, se encontraban los loros del Amazonas. Sólo quedaban tres de los cincuenta que llegó a haber. El posible tono chillón de sus colores quedaba difuminado bajo la capa de polvo pesticida que los cubría. Me miraron los tres de forma interrogadora, como otros tantos viejos casposos y deshonrosos. Parecían –tengo que admitirlo- un poco chiflados. Me quedé mirándolos durante un minuto más o menos, y luego me escabullí lejos de allí.
   Quizá fuese uno de ellos.”
Llegado este punto, debo insistir en que ni los fragmentos reproducidos aquí, ni el título de la obra de Julian Barnes, nos deben conducir a engaño. Se trata de una novela centrada en la personalidad del escritor francés. 

Gustave Flaubert.
Gustave Flaubert (Ruan, 1821-Croisset, 1880) está considerado como uno de los mejores novelistas del siglo XIX. Hijo del cirujano jefe del Hospital de Ruan, su padre sirvió de modelo para el personaje del doctor Larivière de su novela más famosa, Madame Bovary (1857). Mal estudiante, se inició en la literatura a la edad de once años. Estudió Derecho en París, donde conoció a Victor Hugo. Un ataque de epilepsia le sirvió a Flaubert de excusa para abandonar la carrera en 1844 y regresar a su domicilio de Croisset, cerca de Ruan, donde vivió con su madre y su sobrina Carolina, a la que llamaba Loulou. Su primer gran éxito fue la mencionada Madame Bovary, publicada como folletín y por la que fue denunciado de atentar contra la moral. Fue absuelto. Corrió mejor suerte que Baudelaire por su Las flores del mal (1957). Otras obras suyas son Salambó (1862), La educación sentimental (1868), o Tres cuentos (1877). Su obra, a caballo entre el romanticismo, el realismo y el naturalismo, refleja su mirada sobre la humanidad, entre irónica y pesimista.

Puestos que estamos, a subrayar alguna relación de Gustave Flaubert con la taxidermia, además del loro disecado de Un corazón sencillo, de la alfombra de oso que presidía su estudio de escritura, o del episodio del cocodrilo disecado que el escritor se trajo de un viaje a Oriente, también la encontramos en un pasaje de Madame Bovary. Al principio del capítulo decimotercero de la segunda parte de la novela, en el momento en el que Rodolphe, el amante de Emma Bovary, se sienta en el escritorio para redactar la carta en la que le anunciará su renuncia a huir con ella, podemos leer:
   "Nada más llegar a su casa, Rodolphe se sentó de golpe ante el escritorio, debajo de la cabeza de ciervo que, colgada de la pared, hacía de trofeo."
Julian Barnes (7).
El escritor, editor y crítico cinematográfico Julian Barnes nació en Leicester en 1946. Autor de una quincena de novelas, cuatro de ellas policiacas y escritas bajo pseudónimo, también ha escrito relatos, memorias y ensayos. Conoció el éxito con su tercera novela, precisamente El loro de Flaubert (1984), con la que quedó finalista por vez primera al Booker, premio en el que repitió como finalista en dos ocasiones más y que ganó finalmente en 2011 con El sentido de un final. Autor generalmente bien acogido por crítica y público, es poseedor de una decena de premios y reconocimientos.



Notas.-
(1) En español también disponemos de otra traducción de Consuelo Berges que titula a este cuento Un alma de Dios , en Antología del Cuento Triste de Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs, publicado por Alfaguara, Madrid, 1997.
(2) Dibujos de Auguste Leroux grabados al aguafuerte por E. Decisy, extraídos de una edición del cuento publicada en París en 1913.
(3) Fotografía extraída de la web del Museo de la Medicina de Ruan.
(4) El manuscrito se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia.
(5) Fotografía extraída de la página de Jean-Benoit Guinot, autor de Dictionnaire Flaubert (2010)
(6) Fotografía extraída de la web del Museo de Historia Natural de Ruan.
(7) Fotografía extraída de la web del escritor.


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Taxidermidades, 2014.


Bibliografía:
Julian Barnes   El loro de Flaubert , traducción de Antonio Mauri, Ed. Anagrama, Barcelona, 1986.
Gustave Flaubert  Tres cuentos , traducción y edición de Germán Palacios, Colección Letras Universales, Ed. Cátedra, Madrid, 1999.
Gustave Flaubert   Madame Bovary , en Le Livre de Poche, nº 713, Ed. Librairie Générale Française, París, 1983.
Gustave Flaubert La señora Bovary , traducción de Maria Teresa Gallego Urrutia, en colección Clásica Maior, Alba Editorial, Barcelona, 2012. 
Augusto Monterroso y Bárbara Jácobs   Antología del Cuento Triste , Ed. Alfaguara, Madrid, 1997.


Recursos:
Artículo "Mi amigo Perico", relato humorístico de Rafael García Santisteban en Taxidermidades. 
Artículo "El loro disecado", un cuento de Rafael Dieste en Taxidermidades.
Artículos sobre Taxidermia y Literatura en Taxidermidades.
Artículos sobre Taxidermia y Cuentos en Taxidermidades.
Artículos sobre Taxidermia y Loros en Taxidermidades.