"On Taxidermy", carta publicada en 1833 en "The Mechanics' Magazine".


En julio del año 1833 M. Salmon, editor de la revista londinense The Mechanics' Magazine, publicó un artículo titulado On Taxidermy, que en realidad consistía en la reproducción literal del extracto “de una carta a un amigo suyo” quien debió solicitar a un experto algunas directrices para comenzar a disecar pájaros. El remitente, cuya identidad desconocemos, firmaba desde Ashton upon Ribble, un pueblo cercano a Preston, al norte de Manchester. 

El texto de On Taxidermy, que ocupaba cuatro páginas y no se acompañaba de dibujos o grabados, nos revela que su autor era conocedor de algunos tratados franceses e ingleses, puesto que citaba a René Antoine Ferchault de Réaumur, a Louis Dufresne, a Charles Waterton y a Tesser Samuel Kuckahn. Había visitado además los museos de Historia Natural de Londres y Manchester, que también citaba e incluso compararaba. Mientras elogiaba la buena preparación de los especímenes del Museo de Manchester, “sin rival en el país”, lamentaba la deficiente preparación de los excelentes especímenes del Museo de Historia Natural de Londres, “algunos parecen caricaturas”, escribía. 
 

Principio de la carta publicada en The Mechanics' Magazine en 1833.

En cuanto al método para preparar las aves, el autor de la carta aconsejaba el uso del aceite de alquitrán como preservativo, empleado con éxito, afirmaba, en el Museo de Manchester, y la confección de un cuerpo ficticio como relleno. Remarcaba además, citando a Kuckahn, la importancia de dotar al sujeto de una actidud y apariencia naturales. En un pie de página se refería además al compuesto del doctor J. Hancock como una alternativa al aceite de alquitrán. 

La extensión del texto nos lo permite. La traducción íntegra de aquella carta es la siguiente: 
"SOBRE TAXIDERMIA 
(Extraído de una carta a un amigo.) 
   Me alegro al ver que no ha abandonado su intención de adquirir algún conocimiento de taxidermia (*); porque sé, por mi larga experiencia, que es un arte del más alto interés, y es probable que le proporcione un duradero placer. Si nos deleitamos al ver las evidencias de la habilidad y la sabiduría consumada, ¿dónde los encontraremos con tanta abundancia como en la organización de las aves?; o si la belleza nos atrae, ¿dónde se muestra con mayor abundancia sino en su plumaje? Un estudio como este no sólo agrada e informa a la mente, despierta pensamientos y sentimientos que no pueden más que, a la larga, hacernos mejores. Usted me ha pedido que le proporcione algunas ayudas para la adquisición de este interesante arte, y de buen grado me comprometo a comunicarle lo que la experiencia me ha enseñado. Padezco, sin embargo, al observar que no basta conocer las reglas del arte para que cualquiera pueda adquirir un conocimiento real de esta materia: la naturaleza debe ser la amante y servidora del arte. Es en el bosque y en los campos, en las orillas del mar y en los márgenes de lagos y ríos, donde aprenderemos nuestras primeras lecciones. Los hábitos, las actitudes y toda la economía de los animales deben ser estudiados por el taxidermista. Ignorante de estas cosas, nuestras manos formarán nada más que una deformidad; no debemos convertir la naturaleza en una caricatura. Al arte de la taxidermia no se le ha prestado en este país toda la atención que era de esperar, teniendo en cuenta nuestra capacidad para obtener muestras de casi todos los países (¿En qué rincón del mundo no ha penetrado una empresa británica?), y hay que confesar que, comparándolos con los ingleses, en este campo los naturalistas franceses se han puesto a la cabeza. A pesar de que, sobre el tema, disponemos de algunos ingeniosos trabajos publicados en Philosophical Transactions, sin embargo, ninguno, creo, puede ser comparado con los valiosos ensayos del señor Réaumur y del señor Dufresne, especialmente este último, que, en el Nouveau Dictionnaire d'Histoire Naturelle, publicado en París en 1803, ha proporcionado el naturalista gran número de observaciones útiles. Recientemente, no obstante, hemos recibido de nuestro compatriota, el señor Waterton, un importante ensayo sobre taxidermia, anexo a su divertido libro Wanderings; y aunque difiero en algunos aspectos de ese caballero, sin embargo, y sobre todo, su procedimiento merece nuestra atención. 
   Sería inútil para mí entrar en el detalle del viejo y hasta ahora empleado sistema, gracias al cual los huesos se conservaban en su piel. Con tal método era completamente imposible proporcionar al espécimen la conveniente redondez de la forma tan fuertemente expresiva de tranquilidad y armonía, que es uno de los principales elementos de la belleza de las aves, y tal vez del resto de animales. Además se ha demostrado inútil para limpiar completamente toda la carne de los huesos y restos de partículas adheridas. Tampoco permitirá los inconvenientes que presenta cualquier sistema de conservación de las aves en licores. Para mí (y creo que usted participa de esa sensación) hay algo de desagradable cuando observamos un pájaro, naturalmente destinado a ser libre como el aire, apretujado en el interior de un largo tarro de vidrio. 
   Antes de entrar con detalle en la materia, quisiera hacer algún comentario sobre nuestras colecciones inglesas. Diríjase al Museo Británico y verá las vitrinas repletas de caricaturas perfectas. Algunas de ellas se parecen más a momias egipcias que a cualquier cosa de la naturaleza; y en cuanto a las aves, aunque en ocasiones se oye a la mayoría de la gente corriente así como a los niños elogiarlas como si fueran extremadamente hermosas, sin embargo, cuando se observan de cerca, comprobará que están colocadas en actitudes forzadas y antinaturales, y que su plumaje está tan desordenado que evidencia claramente la poca o nula atención prestada en su preparación. La colección zoológica es igual de mala sino peor, y además teniendo en cuenta con que esta última es de reciente creación, es una vergüenza para la sociedad. A estas observaciones se podrá objetar que en el Museo Británico, así como en el zoológico, hay algunos excelentes ejemplares. Admito que los hay, pero son estos tan escasos que sólo denotan la pobreza de las colecciones. Compare los especímenes de los que he hablado con los del Museo de Manchester y se convencerá de lo que he dicho. La colección del Museo de Historia Natural de Manchester no tiene rival en este país, es realmente espléndida. Pero no quisiera detenerme en esta cuestión, y sin más preliminares abordaré mi tema. Como premisa, sin embargo, en las siguientes observaciones sólo consideraré a las aves y, como método, es conveniente distribuir la materia de la siguiente manera: I. Sobre cómo matarlas y la limpieza de las plumas. II. El desollado y limpieza de la piel. III. La formación del cuerpo, incluyendo el alambrado, la colocación de los ojos, la coloración de picos, el montaje y su fijación.
   (I.) Algunos conservadores sacrifican dislocando el cuello del ave, otros golpeando la parte posterior de la cabeza contra cualquier material duro, pero ambos métodos son objetables. El primero provocará la pérdida de las plumas del cuello, el segundo provocará una hemorragia en la cabeza que a través del pico dañará el espécimen. El método de matar las aves del señor Waterton consistía en apretarlos con fuerza con los dedos índice y pulgar justo detrás de las alas. Mi propuesta no es muy diferente. Pongo mi dedo pulgar sobre la tráquea, por encima del esternón, con suavidad, teniendo cuidado de que mi mano no rompa las suaves plumas. En pocos segundos, si no se ha relajado la presión, se extinguirá su vida. Se pondrá la máxima atención en prevenir la pérdida de plumas, pues de lo contrario, si para ocultar tales defectos desplazamos las plumas adyacentes, el orden natural y hermoso del plumaje se alterará y dicha deficiencia podrá ser percibida por un ojo experimentado. Si el plumaje se ensucia lávelo con agua sin jabón, teniendo cuidado de ir sacudiendo las plumas hasta que estas se sequen. Si se deja secar por sí mismo la dermis se desplazará y el conjunto tendrá una apariencia irregular. Es mejor hacerlo antes de desollar el ave, puesto que el calor, aún a una distancia considerable, podría causar que la piel se contrajera demasiado si el cuerpo ya se ha extraído. 
   (II.) Lo siguiente que hay que hacer es extraer la piel, después de colmar de algodón el pico y la nariz. Comience separando el plumón del centro del vientre para a continuación, con un cortaplumas afilado, hender la epidermis justo por debajo del esternón y proseguir la incisión hasta la cloaca. Tome especial cuidado de no cortar la pared abdominal. Si por desgracia la secciona el olor será extremadamente ofensivo y además (todavía más importante) persistirá el peligro de ensuciar las plumas. Hecha la incisión separe la piel del cuerpo hasta el punto en que pueda presionar hacia fuera el muslo, que se deberá cortar a la altura de la articulación media. Realizado esto, introduzca algodón entre la piel y el cuerpo ahí donde se ha separado. El mismo procedimiento se llevará a cabo en el otro costado. La piel deberá ser separada entonces del cuerpo a la altura de la cloaca. 
   "Doble la cola suavemente hacia atrás, y mientras su índice y pulgar mantienen separada la piel a cada lado de la cloaca, realice un corte ancho y profundo hasta que vea la articulación; obtendrá la rabadilla junto a las glándulas sebáceas, seccionándolas del cuerpo. Aplique algodón en abundancia. Sujetando el extremo de la columna vertebral con los dedos índice y pulgar y tras volver la piel del pájaro, usted podrá, si la situación lo requiere, almacenarlo. Por tanto, mientras lo sostiene, imagínelo, con la ayuda de la otra mano y el cuchillo, cortando y presionando, vaya tirando hacia arriba de la piel hasta llegar a la conjunción del ala con el cuerpo. Corte esa articulación y haga lo mismo en la del otro ala; añada algodón. Empuje suavemente la piel hacia la cabeza, y prosiga desollando hasta llegar a la mitad del ojo. Corte la membrana nictitante transversalmente, de lo contrario se rompería la órbita ocular, y después y sin dificultad alguna llegará hasta la raíz del pico."(**)
   Cuando se haya separado completamente la piel por detrás del pico, se cortará por la parte posterior del cráneo, dejando una pequeña parte de este adherida al cuello cortado. A través de esa abertura extraiga el cerebro, y después de haber haber limpiado el interior del cráneo, rellénelo de estopa levemente empapada en aceite de alquitrán; porque si la estopa está saturada, al ser el aceite de alquitrán de una naturaleza tan extremadamente penetrante, este atravesará la piel y estropeará el espécimen. El uso de este excelente conservante precisará de notable prudencia (***) y la cantidad empleada será proporcional al tamaño del ave. Tenga mucho cuidado al volver la cabeza cuando revierta la piel, ello requiere una gran delicadeza de las manos. Frote a continuación el interior de la piel con yeso, que además de absorber la grasa evitará que las partículas de esta se adhieran. Prosiga descarnando totalmente la articulación media del ala, atraviésela con un alambre desde el final de la misma y ​​sustituya la carne por estopa después de haber aplicado sobre el hueso, con la ayuda de un pincel de pelo de camello, aceite de alquitrán. Preparadas las alas de este modo, una los alambres en el extremo de los huesos. Ambos sujetarán las alas, y deberá confinarlos en la parte posterior con el fin de evitar que al rellenar se estire demasiado. Los huesos de los muslos se limpiarán y envolverán de la misma manera que las alas, hasta la rodilla. Sólo restará descarnar la rabadilla, aplicarle aceite de alquitrán y retirar la glándula sebácea. El proceso de desollado ya ha finalizado y todas las torundas de algodón se podrán retirar. 
   (III). Preparada la piel de este modo, el siguiente paso consiste en formar el cuerpo del ave. El espesor del alambre que atravesará el cuerpo vendrá determinado por el tamaño del espécimen, y será lo suficientemente largo como para perforar el cráneo y la rabadilla. Este alambre se envolverá con estopa a la manera de una bobina de hilandero de algodón, comenzando en la nuca del cuello. Tras formar dos o tres capas alrededor del alambre, se sumergirá el pincel de pelo de camello en aceite de alquitrán y se humedecerá la estopa, con cuidado de no excederse. Ello se repetirá cada cuatro o cinco capas hasta que el cuerpo comienze a adoptar su forma y tamaño adecuados. No es preciso agregar que el cuello, en cuanto haya alcanzado el espesor apropiado, no se envolverá más. El cuerpo será completo en los hombros e irá disminuyendo gradualmente hacia la cola. Al introducir el cuerpo artificial en la piel, doble el alambre un poco con el fin de evitar que la piel se estire demasiado. A continuación presione el alambre (que deberá estar afilado en sus extremos) para que atraviese el cráneo y la rabadilla. En ocasiones se hace pasar a través de la ventana de la nariz, pero ello es objetable, puesto que el alambre se verá, y del otro modo quedará oculto por las plumas de la cabeza. 
   Una vez insertado el falso cuerpo y la piel sobrepuesta, se rellenarán los huecos y la parte posterior con algo de estopa en caso de que el sujeto lo requiera. Algunas aves tienen las espaldas rectas, pero lo más común es que las tengan curvadas. Se coserá la incisión practicada en la piel y se ordenarán las plumas que la recubre. A continuación, el alambre que a partir de la parte inferior de los pies atraviesa la pata se inserta en el cuerpo y se fija firmemente a la parte envuelta del cuerpo. Le pido que no coloque las patas del ave demasiado próximas a la cola, porque este es un defecto muy común en los especímenes preparados por artistas inexpertos. Por supuesto ello no incluye a aquellos sujetos cuyas piernas se colocan de forma natural lejos del corte, tales como el frailecillo o buceador, etc., pero su propia observación sobre este particular le guiará. Como gran parte de la belleza y la vida de un espécimen depende del ojo, será determinante que tanto la órbita como las pequeñas plumas que la rodean estén perfectamente lisas. Algunos preparadores insertan los ojos de vidrio en el cráneo a través de las mandíbulas, pero en mi opinión es preferible, porque se hace igualmente y con menor dificultad, introducirlos a través de la órbita del ojo, puesto que la piel que lo rodea es capaz de una notable mayor distensión después de la muerte de lo que podría suponerse, examinando el mero cuerpo del ojo en vida. Si desea contraer la órbita, ello se consigue pasando aguja e hilo delicada a través de esa parte lo más alejada del pico. Los ojos de vidrio que ahora se emplean más comunmente, son aquellos que, siendo aplanados en la parte posterior, admiten ser pintados según los matices exactos de la naturaleza. Ello no se podrá hacer cuando el ojo sea de vidrio coloreado, con un alambre insertado por detrás. El mencionado en primer lugar es, por lo tanto, preferible. Es necesario, con el fin de evitar que el color brillante de los picos de algunas especies de aves (como por ejemplo, patos, tucanes, etc.) se decolore, prepararlos de una manera peculiar. Sobre este tema no puedo hacer mejor que remitirlo a las páginas 122 y 123 del libro del señor Waterton. 
   El pájaro está ahora listo para ser fijado a un soporte. "Las actitudes y las acciones de los pájaros", dice Kuckahn (ver Philosophical Transactions, vol. XIII), "son con diferencia la parte más ingeniosa y entretenida del estudio, el resto es meramente mecánico, ello admite imaginación, gusto y criterio. Se deben escoger las posturas más expresivas de acuerdo con las cualidades particulares de cada ave, como por ejemplo la fuerza y ​​el valor en águilas y halcones. En el montaje de las aves de presa se prestará atención a la parte en que comienzan a devorar a sus presas. Algunas comienzan por la pechuga, otras por la cabeza, algunas por la parte trasera, y otras extraen las vísceras en primer lugar. El terror del ave postrada y el triunfo exultante de la victoria, si se gestiona adecuadamente, crean un muy buen contraste". 
   Cuando haya determinado qué actitud le dará al ave, fije el alambre que se prolonga por las patas bien sea en un soporte o rama. A continuación pase un alambre (previamente calentado en el fuego para que pierda su elasticidad) bajo las alas. Doblando este alambre dará a las alas cualquier posición deseada. A continuación, gire la cabeza y el cuello para que estén en consonancia. Hecho esto, envuelva el ave con hilo para conseguir que las plumas descansen con suavidad puesto que, cuando se contrae la piel, tienen tendencia a alzarse; pero de ninguna manera pase el hilo demasiado ligero, puesto que le dará al espécimen un aspecto apretado y feo. Con el fin de mantener el pico cerrado mientras se seca el sujeto, dele un toque de cera de abejas a la punta del pico. 
   Estas son todas las observaciones que me aventuro a hacer sobre este asunto. Añadiré únicamente que espero que persevere, a pesar de que sus primeros intentos se sucedan sin éxito. 
                                                                                                  S. M. 
                           Ashton upon Ribble, 7 de junio de 1833.
(*) Es decir, el arte de aderezar, rellenar y preservar las pieles de animales.
(**) Waterton.
(***) Puedo constatar que el aceite de alquitrán se viene utilizando en el Museo de Manchester con gran éxito, y no puedo indicar otro compuesto conservante igualmente eficaz. El Dr. Hancock, sin embargo, ha publicado algunas observaciones sobre la conservación de cadáveres, o de sustancias animales y vegetales en general, donde se recomienda el siguiente compuesto: "Tome sal de roca (sal gema), nitrato potásico, ocho onzas (1) de cada uno, y disuélvalos juntos en una solución sobresaturada de cal clorada (2) (generalmente empleada para disolver sales). A continuación añada muriato de mercurio (3) y tartrato de antimonio (4), una onza de cada uno, y algo de ácido muriático (5) para disolver cualquier exceso de cal. Para la solución se empleará un vasija de vidrio o barro esmaltado, con la precaución de que el operador no inhale con frecuencia los gases que resulten."
"Este compuesto inyectable", observa el doctor Hancock, "no sólo previene la corrupción en cualquier cuerpo animal, sino que también conservará su forma y sus proporciones, aún cuando la solución se diluya bastante. Este método se podrá utilizar con gran aprovechamiento en la conservación de los animales destinados a gabinetes de historia natural. Impregnado el cuerpo mediante inyecciones en todas sus cavidades, como las del tórax y abdomen (mediante la inserción de un tubo a través de una pequeña punción hecha con una lanceta), también en el estómago y los intestinos, la tráquea, la nariz, y la inyección en el cerebro a través de un delgado tubo de trocar curvado, insertado a través de la órbita. En ocasiones se requiere mantener envueltas las extremidades o bien todo el cuerpo, durante algunos días, con paños humedecidos con dicha solución, o bien sumergirlo en una cubeta con la misma."
Esta carta es contemporánea de The Taxidermist's Manual, el tratado que publicaría en Glasgow el capitán Thomas Brown aquel mismo año. Brown había conocido en persona a Louis Dufresne, director del laboratorio de Taxidermia del Museo Nacional de Historia Natural, en París, a donde viajó comisionado por la Universidad de Edimburgo para adquirir la colección particular del reconocido disecador francés. En buena parte el contenido del libro de Brown se basa en Taxidermie, escrito por Louis Dufresne en 1803. Ello sumado a que durante su época de militar Brown residió en Manchester y que bastante más tarde, alrededor de 1838, Brown sería nombrado conservador del Museo de la Sociedad de Historia Natural de Manchester, nos lleva a especular con que quizá fuera él el posible autor de la carta. En su contra podemos alegar que Brown no propone en su libro el uso del aceite de alquitrán -se decanta por el jabón arsenical de Jean-Baptiste Bécoeur- ni el uso de un cuerpo ficticio -Brown se limita a atiborrar con lino o estopa el interior del ave-. Me inclino por creer que no fue Brown el remitente de esta carta. La firma "S.M." podría corresponderse con el apellido y nombre del editor M. Salmon, efectivamente, pero este vivía en Londres, no en el lejano pueblo de Ashton upon Ribble. Un autor inglés de aquella época que escribió sobre Taxidermia fue Samuel Maunder (1785-1849) quien en su The Treasury of Natural History (1848) añadió un compendio taxidérmico, pero Maunder era originario de Devonshire y se estableció como autor y copropietario de una editorial en Londres.
 

Notas.- 
(1) 1 onza equivale a poco más de 28 gramos.
(2) Hipoclorito cálcico. 
(3) Cloruro de mercurio o mercurio dulce.
(4) En el texto original inglés se escribe "tart. of ant.". Podría referirse -es una suposición- al tartrato de antimonio.
(5) Ácido clorhídrico.



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Taxidermidades, 2016.

Bibliografía: 
Thomas Brown The Taxidermist’s Manual; or the Art of Collecting, Preparing and Preserving Objects of Natural History. For the Use of Travellers, Consercators of Museums, and Private Collectors , Archibald Fullarton & Co., Glasgow, 1833. 
Louis Dufresne Taxidermie , en Nouveau Dictionnaire d’Histoire Naturelle, tomo 21, Deterville, Paris, 1803. 
Tesser Samuel Kuckahn Four Letters from Mr. T. S. Kuckhan, to the President and Members of the Royal Society, on the Preservation of dead Birds, Read May 24-July 5, 1770, Publicadas y extraidas del volumen anual de The Philosophical Transactions of the Royal Society of London, Londres, 1770. 
Samuel Maunder   The Treasury of Natural History; or a Popular Dictionary of Animated Nature (…) to which are added, a sillabus of Practical Taxidermy, and a Glossarial Appendix ,  Longman, Brown, Green, and Longman's, Londres, 1848. 
René Antoine Ferchault de Réaumur Divers Means for preserving from Corruption dead Birds, intented to be sent to remote Countries, so that they may arrive there in a good Condition. Some of the same Means muy be employed for preserving Quadrupeds, Reptiles, Fishes ans Insects , traducción de Philip Henry Zollman, Read March 10-April 27, 1748, publicadas y extraídas del volumen anual de The Philosophical Transactions of the Royal Society of London, Londres, 1748.
Charles Waterton, Wanderings in South America the North-West of the United States, and the Antilles, in the years 1812, 1816, 1820, and 1824. With Original Instructions for the Perfect Preservation of Birds, and c. for Cabinets of Natural History, Ed. B. Fellowes, Londres, 1825.

Recursos: