Artículo autobiográfico de Frederic S. Webster, taxidermista del Carnegie.


Frederic S. Webster hacia 1900 (2).
El taxidermista especializado en aves Frederic S. Webster (1850-?) comenzó hacia 1868 a construir efímeros dioramas con pájaros disecados con el propósito de fotografiarlos y vender las imágenes esteoroscópicas. Se convirtió así en uno de los primeros disecadores de los Estados Unidos en preparar grupos ambientados (1). En 1877 se empleó en el Henry A. Ward's Natural Science Establishment de Rochester, Nueva York, empresa fundada en 1862 por el naturalista y profesor de Ciencias Naturales de la Universidad de Rochester Henry Augustus Ward, un lugar que se convertiría en un semillero de taxidermistas que surtió de excelentes preparadores a los grandes Museos de Historia Natural estadounidenses. Allí permaneció hasta 1882 y coincidió con Jules François Desiré Bailly, Johannes Martens, John Wallace, Thomas Rowland, Nelson Rush Wood, John William Critchley, Frederic Augustus Lucas y William Temple Hornaday. Como él mismo contaría años más tarde, en marzo de 1880 se celebró precisamente en el Ward's la asamblea constituyente de la Sociedad de Taxidermistas Estadounidenses (Society of American Taxidermists) en la que Webster resultó elegido presidente. En diciembre de aquel mismo año tuvo lugar un concurso-exposición organizado por dicha asociación, que de entre sus aproximadamente cuarenta socios, al menos una decena eran o habían sido empleados del Ward's. Durante algunos años, Webster ejerció como taxidermista privado en Washington, instalando su taller en el 401 de Seventh Street Northwest, próximo a Pennsylvania Avenue, no muy lejos del Museo Smithsonian de Historia Natural; y finalmente entre 1897 y 1908 lo hizo como taxidermista jefe en el recién creado Carnegie Natural History Museum de Pittsburgh. Hacia 1890, mientras permanecía en Washington, se asoció con George H. Sowdon, propietario de una tienda de peletería ubicada en el número 738 de Broadway Avenue, para vender sus trabajos en Nueva York.
 
Fotografía estereoscópica del grupo de zorros.

 
En el siguiente testimonio, un artículo autobiográfico que apareció publicado bajo el título The Birth of Habitat Groups. Reminiscences written in his ninety-fifth year, by Frederic S. Webster, Preparator-in-Chief, Carnegie Museum, 1897-1908, en español El nacimiento de los grupos ambientados. Recuerdos escritos a sus noventa y cinco años, por Frederic S. Webster, Preparador-jefe, Museo Carnegie, 1897-1908, en 1945 en la revista Annals, editada por el propio Museo, Webster rememora algunos aspectos de su vida y de su obra:
   "La naturaleza siempre es muy real y casi todo lo demás artificial y más o menos sin sentido. La vida, con todo su misterio, su comedia y su tragedia, es no obstante un espíritu fugaz que sube por la ventana y sale de puntillas por la puerta trasera.
   En el el ocaso de mi año noventa y cinco, y como inspiración para quienes han de librar su batalla, me atrevería a hablar de los contrastes del albor de mi juventud. No es un compromiso del todo sencillo desde el crepúsculo, gobernado por la ley de las limitaciones que exige velocidad, buena voluntad y una memoria activa. Cada persona conectada con esta historia, y millones más, están ya muertos.

   Nueva York justo después de la Guerra Civil.

   Las influencias atmosféricas y ambientales, que rodeaban el momento sobre el que estoy escribiendo, eran extrañas, perturbadoras y trágicas en extremo. La Guerra Civil de 1860 a 1865 recién había terminado. El mártir de Lincoln había sido asesinado por John Wilkes Booth, el actor, que fue capturado de forma desorganizada y con ánimo de venganza. Se rindió el primer Homenaje. El desfile de carros repletos de flores de toda clase pasó por Broadway, la calle donde trabajaba. No había bandas, todo estaba tan silencioso como la muerte misma.
   Charles Darwin había escrito sus Animales y plantas bajo domesticación y poco después su Origen de las Especies, alguien a quien la gente hubiera estado encantada de ver encarcelado. El espíritu puritano, perdido en las brumas de la enseñanza moderna, todavía suponía un factor importante para mantener a las personas firmes en sus principios. Es desafortunado que el pronombre personal Yo (3) tenga que aparecer con tanta frecuencia, pero como se trata de una efusión personal, ello es inevitable. En 1867 dejé un bufete de abogados para trabajar como corredor de banco y encargado del correo en la firma de lencería mayorista de William I. Peake and Company, una vigorosa empresa rival de H. B. Claflin and Co., A. T. Stewart and Co., y George Bliss and Co.. Las ventas anuales de la casa Peake ascendían a ocho millones de dólares. Yo mismo deposité gran parte de esa enorme suma, y extraje además siete mil quinientos dólares cada dos semanas para pagar la nómina de los numerosos empleados. Durante muchas noches de otoño e invierno trabajé hasta tan tarde que no había carruajes de las tres líneas existentes de coches de caballos, que ya habían partido, y tuve que caminar las tres millas hasta llegar a casa. Tras un servicio de tres años, durante seis días en la semana, de once a doce horas diarias, se acabó del todo y me vi obligado a renunciar a mis diez dólares semanales.
   En aquel momento no había tranvías, ni ferrocarriles elevados, ni metros, ni teléfonos, y tampoco iluminación eléctrica. La electricidad era una quimera y de ninguna manera utilizada. La ciudad tenía postes de lámparas de gas en las esquinas de la calle, pero sólo en los mejores barrios. Yo encendía dos de esas lámparas mientras repartía el periódico vespertino durante el primer verano de la guerra.
   La nieve yacía en las calles hasta que se derretía. Si se me permite comparar la actualidad con el pasado, los peligros de vivir en una gran ciudad pronto reducirían a la mitad su población. Central Park estaba muy lejos y en primavera e invierno, cuando había patinaje, las líneas de coches de la Tercera y Octava Avenida lo anunciaban ondeando una bandera de muselina de buen tamaño, con una gran bola roja pintada en el centro, que portaba un empleado en la parte superior de los autos. No había imágenes en movimiento ni radio. El adorable cacahuete era lo único que llenaba las fauces. El Museo de Barnum en la esquina de Broadway con Ann Street era el único lugar donde los diez superiores y los veinte inferiores (4) podrían encontrarse y mezclarse con equidad. No había fútbol, ​​pero había béisbol, lejos, en Elysian Fields en Weehawken, Nueva Jersey, cerca del monumento que marca el lugar donde Alexander Hamilton, el patriota revolucionario, recibió un disparo en un duelo con Aaron Burr en 1804.
   Todo se basaba en la fuerza del caballo, el amigo que cargaba sobre sí al género humano en su tormentoso camino y que recibió como recompensa ser la criatura más explotada que jamás haya existido. No era una Sociedad Humana, el señor Berg no había entrado en escena para terminar con el abuso al fiel animal. Téngase en cuenta que la imagen que estoy pintando se centra principalmente en la ciudad de Nueva York. Las tribus indias y el búfalo predominaban más allá de Chicago; Los Ángeles era una aldea dispersa donde los hombres ganaban sus espuelas a caballo con una pistola.
Vista del grupo de colimbos grandes, citada en el texto (5).
   En aquellos días a las personas de color no se les permitía viajar en los tranvías a excepción de dos coches de la línea de la Sexta Avenida. Estos autos tenían un panel blanco de un pie de ancho sobre las ventanas, a lo largo del automóvil, pintado con grandes letras negras, que decía "Gente de color permitida en este coche". Estos mismos autos fueron literalmente despedazados y arrojados a las cunetas por las turbas durante los Disturbios del Reclutamiento (6).
   Los hijos de la Isla Esmeralda (7) eran los obreros más numerosos y muchos anuncios para personal de servicio de los periódicos añadían en letras pequeñas más abajo "No se precisa irlandés". El Tammany Hall (8) fue organizado por este poderoso grupo de trabajadores y formó el actual el Partido Demócrata. Eran luchadores. El antiguo regimiento 69º (9) hizo un gran papel en la Guerra Civil y una perdurable hoja de servicios para la nación.
   No había motores de combustión de vapor y una propiedad a menudo se quemaba porque el camión de bomberos con tracción humana no llegaba lo suficientemente rápido. Estos camiones podían arrastrarse con una larga cuerda doble que podría desenrollarse cuando hombres y niños, reunidos durante el trayecto, se ofrecían para ayudar. Los dos campanas de la torre de vigilancia de incendios se sentían solamente en el distrito donde ardía el fuego, que tenía que tener un buen comienzo y ser lo suficientemente brillante como para mostrar dónde se ubicaba. Mientras tanto el Old Hickory Engine Truck, identificado con los demócratas irlandeses, y el Chelsea Hook and Ladder Company, compuesto por aristócratas republicanos, ambas dotaciones tenían como objetivo principal ver quién llegaba el primero al incendio. Cuando ambos llegaban a la par, por lo general comenzaba una vigorosa pelea a puñetazos, mientras dejaban que el fuego agrietara y destruyera el interior el edificio, para regocijo de la hilarante plebe que pululaba por la calle y que se llevaba su contenido. Si comenzaba un incendio en un conjunto de viviendas con paredes medianeras, por lo general destruía tres casas.

   Primeros grupos ambientados (10).

   El Museo Americano de Historia Natural no existía, salvo como una sociedad de historia natural de la cual el primer Theodore Roosevelt era Secretario. Esta sociedad tenía una modesta colección en el edificio del Antiguo Arsenal en Central Park.
   Cuando abandoné la William I. Peake Company en 1867, algo tenía hacer para recuperar mi desperdiciada fortaleza, que se había visto gravemente afectada por una situación sobre la que nada pude hacer. Fue la liberación que precisaba y deseaba. Marché a Troy, Nueva York, a visitar a mis tías y primos, algunos de los cuales jamás había visto. Allí decubrí a qué quería dedicar mi vida; es decir, a reproducir fielmente la belleza de la naturaleza, y el futuró se aclaró como jamás hasta entonces había visto o sentido.
   En Troy, fui recibido por la familia de mi primo, Frederic A. Lester, con los brazos abiertos, y durante nueve demasiado fugaces años Fred y yo deambulamos por el campo con nuestro viejo pointer Sport. Durante algunos años cazamos y pescamos tanto que nos ganamos la desaprobación de nuestras familias por holgazanear durante demasiado tiempo. Fue en 1868 en aquella casa cuando concebí por vez primera la idea de grupos ambientados de museo. Mi interés despertó y mi imaginación se agitó por unos pajarillos que mi primo había montado. Fred finalmente optó por estudiar Derecho, mientras que yo proseguí hacia mi firme objetivo. Mi único apoyo provino de la hermana de mi primo que me animó a seguir trabajando duro. Al final reuní una buena hucha gracias a mi habilidad y preparaciones artísticas.
Imagen coloreada de una espátula rosada (5).
   Debido a mis sentimientos consumadores de la naturaleza en todos los aspectos, la profundidad mágica procedente del canto de los pájaros, el chasquido del mar, los gemidos del bosque, el estruendo del rayo, y el crecimiento y realización del espíritu y el poder de una fuerza omnipotente, no fue difícil para mi apreciar el alto valor y la inspiradora atracción que los grupos ambientados supondrían para los museos de la gran ciudad, y el vigoroso y estimulante factor educativo que podría llegar a ser para los trabajadores urbanos aislados de la naturaleza y el aire libre.
   Gracias a las postales con imágenes estereoscópicas de la vida animal que comencé a producir para uso escolar y familiar, no tardé mucho en forjarme una reputación y conseguir un buen número de admiradores. Uno de ellos fue el honorable George B. Warren (11), uno de los primeros amigos de Audubon (12). Era rico, tenía influencia, una excelente colección de aves disecadas y una espléndida biblioteca. Entre aquellos libros los de Audubon me fascinaron particularmente. Yo era la única persona autorizada que podía retirar uno de aquellos volúmenes de su gran morada de piedra y quedármelo hasta que hubiera terminado con él. Durante seis años jamás marché sin un libro de aves de referencia. El señor Warren tenía más de setenta y mi entusiasmo juvenil hacia un objetivo que le interesaba le placía grandemente. Compartimos bastantes asados de ostras, en su cocina-sala de estar, mientras para nuestro deleite hablábamos sobre pájaros y naturaleza. Él poseía el único ejemplar del extinto Pato del Labrador que he visto fuera del Museo Americano de Historia Natural.
   Con el paso del tiempo, y a pesar de numerosas dificultades como la falta de buena salud, un lugar apropiado para trabajar y la carencia de materiales, mis duros y prolongados esfuerzos culminaron con la consecución de mi objetivo. Mis grupos a menudo ocupaban de seis a ocho pies (13) de espacio. Los materiales verdes los reunía el sábado anterior al domingo en que el grupo iba a ser reensamblado y fotografiado. Los materiales naturales, independientemente de su tamaño, los recogía siempre que era posible cerca del lugar donde había disparado a los pájaros. El trabajo tenía que realizarlo durante el verano, cuando tenía la certeza de que la luz adecuada llegaba a todos los rincones de varios montajes. Estos se instalaban en la galería de mi estudio, bajo del tragaluz de vidrio, en la parte superior de un edificio de cuatro pisos. Una gran charca que tuve que construir para el grupo del colimbo grande me dio infinitos problemas. Toda la engorrosa impedimenta se tuvo que calibrar y medir antes de ser cortada. Los ascensores eléctricos no se conocían. Había una escalera estrecha, con una banda de rodadura angosta y elevada, que con las ramas extendidas y las hojas fácilmente dañables, además de otros accesorios verdes, fue algo que se tuvo que negociar. Cuando el grupo estaba listo para ser fotografiado, y si la luz del sol no era demasiado mala, como pago por el uso de la galería se esperaba que se cumpliera de la misma manera. Esa situación poco agradable sucedió en el caso del colimbo grande, del pito crestado y del martinete común. En algunos de los grupos más pequeños también surgieron dificultades. Pero lo hice todo sin ayuda, siempre luchando por ser fiel a la naturaleza y alcanzar la perfección.
   Mientras moraba en la cima de la montaña y hacía aquellos grupos para mis imágenes estereoscópicas, algunas de las cuales se ilustran aquí, un amigo del editor del Troy Times le habló a George B. Sennett de Erie, Pensilvania, acerca de mis imágenes. Le contaron su propia historia al señor Sennett, que estaba organizando un viaje de recolección al bajo Río Grande y a México, y me invitó a acompañarlo con los gastos pagados pero sin salario. Fue en marzo de 1877 -hace 68 años (1945)-. Al regreso de la frontera de Río Grande en mayo de 1877, durante varias semanas permanecí en Erie, Pensilvania, para montar ciertas aves para el extenso gabinete y organizar su colección de aves y otros especímenes. Más tarde, cuando ya estuve relacionado con esa institución, donó todas sus colecciones al Museo Carnegie de Pittsburgh. Al poco de regresar a Troy, Nueva Yok, el señor Sennett me escribió preguntándome por qué no había escrito y enviado algunas de mis estereofotografías al Ward's Natural Science Establishment de Rochester, Nueva York. Nunca había oído hablar de este último y no tenía la menor idea de qué se trataba de la que tenía de Tombuctú. Pero escribí y envié un conjunto de veinticuatro de mis mejores estereografías en color. Eran acuareladas. Tenía un agudo sentido del coloreado, igualmente como el de la forma, algo que me ha acompañado hasta hoy día.

   El trabajo en el Ward's Natural Science Establishment.
   
   Para mi gran sorpresa e incluso mayor satisfacción, tres días después, recibí una lisonjera carta de respuesta del querido profesor Henry A. Ward que finalizaba con las palabras: "¡Puede venir de una vez!". Me decía que las imágenes le impresionaron más que cualquier otra que hubiera visto de pájaros montados. Aquello no me sorprendió puesto que con mi método era capaz de dejar las aves como con vida, con frecuencia algo imposible con el antiguo método de alambrado francés, conocido como relleno.
   No fui al Ward's para ganar reputación como taxidermista. Ya la tenía y me reconocieron por tener la habilidad de un tipo avanzado. De lo contrario, el profesor Ward jamás me habría enviado el mensaje apresurándome para que fuera a Rochester y agregándome a su célebre equipo de quince expertos, lo mejor que el mundo podía ofrecer. Hasta aquel momento los especímenes habían sido preparados rellenándolos -los mamíferos más grandes con paja y los más pequeño con estopa y lino cortados-, el relleno se introducía en la piel cosida con atacadores (13). Para las aves había un alambre para cada ala y para cada pata, que se retorcían alrededor de un alambre central con sus extremos afilados, uno de los cuales se introducía a través del cráneo relleno de estopa, y el otro a través de los huesos de la cola. El alambre central tenía dos bucles a distancias adecuadas a través de los cuales los alambres de las alas y de las patas se introducían y retorcían. Sin dificultad se deduce que en el momento en que los alambres se colocaban y retorcían, la piel tierna tendía a deformarse y, si no se rasgaba, estaba muy debilitada y sus plumas mutiladas. No era ya la piel de un ave lisa y elegante, sino que realmente se acercaba al punto de descarte.
  
Los empleados del Ward's en 1879. Webster está de pie, el primero por la izquierda (15).
   Para evitar las complicaciones del viejo método de disposición de los alambres, ideé un cuerpo de estopa (16) que permitía a cualquier preparador conseguir una apariencia satisfactoria del ave original a pesar de que la piel estuviera agujereada o rasgada en una docena de pedazos. He cortado deliberadamente muchas pieles para hacer un montaje y salvar el pájaro. Un buen número de maravillosas aves del paraíso, actualmente en el Museo de Harvard, tuvieron que ser tratadas así porque los nativos de Nueva Guinea habían secado las pieles con arena caliente en orden a conservarlas en aquel clima húmedo.
   En verdad, un muy buen montaje de un pájaro puede hacerse pluma a pluma puesto que la curvatura de cada cañón indica su anclaje adecuado. Las plumas del cuerpo de casi todas las aves terrestres están dispuestas en franjas o hileras estrechas, una hilera a lo largo de cada lado, otra en el centro de la parte posterior que se curva hacia derecha e izquierda hasta encontrarse con las franjas de los costados, y las plumas del cuello y del vientre directamente hacia abajo o hacia arriba hasta llegar a las de los lados.
   Pronto estuve listo para partir e ingresar en una lealtad comercial en un nuevo campo de acción y servicio, que tendría muchas complicaciones, pero que de todas maneras sería de mi gusto y que conduciría a la felicidad de dos personas en lugar de una. Dije adieu a la gente amada y devota y a la hospitalaria casa donde conseguí los primeros triunfos. ¡Pero Ay!
   Llegué a Rochester en tren a las 6:30 en punto de una mañana de diciembre en medio de una tormenta de nieve que había durado toda la noche. No circulaban coches, las calles estaban desiertas y tuve que seguir mi recorrido caminando a través de una nieve que me llegaba hasta la rodilla durante tres millas hasta mi destino, el Museo de Ward. Sin saberlo pasé por la casa de campo donde vivía la dama que luego se convertiría en mi devota compañera conyugal durante sesenta y cinco agitados años y que justo ahora ha sobrepasado la asombrosa edad de cien años. Encontré al Maestro del Ward's trabajando duro en su abarrotado santuario. Él me observó, un muchacho bien arreglado de veintiocho años, profundamente asombrado. Jamás vería al profesor Ward más incómodo. El trabajo que había logrado y las imágenes que le había enviado, le habían dado la impresión de que yo era un hombre más maduro y por alguna razón una persona de tosco trato. A partir de aquel instante el Profesor debió pensar que era como los demás y nunca dudé en ganármelo asumiendo cualquier tipo de trabajo que ningún otro preparador experimentado hubiera aceptado, sin importar lo difícil que fuera. Siempre estuvo satifecho, algo que pretendí con todas mis fuerzas.
   Alquilé una habitación en una pensión próxima al colegio universitario, compartida con un estudiante de segundo año que de vez en cuando trabajaba en el establecimiento y que más tarde estudiaría con Huxley (17). Después de un muy necesario almuerzo volví a la oficina del Profesor y fui conduido a la maraña de los siete talleres y laboratorios, todos ellos casi enterrados en la nieve. Con alguna dificultad entramos en un edificio sin pintar de dos pisos que estaba frío y húmedo a pesar de su estufa de carbón de barriga grande y ardiente al rojo vivo. Las tres ventanas, dos en un lateral y la otra en la fachada al lado de la puerta, estaban cubiertas de escarcha. La paja húmeda cubría el suelo e inundaba el lugar con un olor penetrante y estable. Nada podría haber sido más lúgubre y desalentador en los alrededores. En el centro, rodeado de más paja, se alzaba a medio montar el famoso caballo de la Guerra Civil, Winchester, del general Philip Sheridan. Martens, un taxidermista de Hamburgo, Alemania, estaba realizando un trabajo muy digno de crédito. El método para el montaje de grandes mamíferos en la última parte del siglo pasado era, por supuesto, tosco y tenía férreas limitaciones. Aquel frío me recordó la noche de diciembre de 1867 en el antiguo Winter Garden Theatre de Broadway, Nueva York, frente a Bond Street, cuando escuché al inmortal trágico Edwin Booth recitar aquellos intensos versos: "Ser o no ser, esa es la cuestión" y, mientras estaba parado mirando aquel angustioso caballo negro del General Philip Sheridan, no pude dejar de acuñar "Pensar o no pensar, ¡esa es la pregunta!".
Webster hacia 1895.
   Reforcé mi coraje mientras el profesor Ward me guiaba camino a una escalera abierta hacia una habitación mejor iluminada donde un taxidermista francés (18), uno de los mejores hombres de Europa en aves, estaba tratando de dar forma a una desangelada piel. Se sintió aturdido por la repentina aparición de su maestro con un invitado. Mientras íbamos hacia un cuarto trasero pasamos junto a una gran pila de pieles de las aves más increíbles. Nunca había soñado que tales cosas existieran. Resplandecientes Trogones, Aves del Paraíso, Faisanes Impeyan (19), Tragopan y Pavo Real, Ibises Escarlatas y Bronceados (20)​​, e innumerables pájaros más pequeños de bastantes países lejanos. El montón se apilaba en el suelo y cubría el espacio de un viejo plumón. Colgaban alas y cabezas y faltaban patas. Los especímenes, quizás unos doscientos, debieron haber costado una gran suma. El taxidermista francés había intentado montar algunos de aquellos maravillosos pájaros, aunque finalmente había perdido toda esperanza. Las aves extranjeras son a menudo muy difícil de guardar y preparar debido al clima y otras condiciones bajo las cuales fueron recolectadas. Se consideraron inmontables solamente porque aquel hombre no tenía un método adecuado que aplicar.
   Me fascinó la encantandora muestra de una parte de la naturaleza que me era totalmente desconocida y como el Profesor Ward se estaba alejando le supliqué que atendiera un momento hasta que yo pudiera estimar la extensión del daño. Siempre creí que él no tenía la menor idea de que fuera posible que alguien pudiera hacer lo que su experto francés no lograba, y que se sintió molesto porque yo deseaba volver a la pila que le resultaba tan dolorosa. Durante unos instantes ninguno de los dos dijo nada mientras arreglé cuidadosamente aquella piel un con resultado inmediato y mágico. Entonces, de repente, me preguntó en tono frío, "¿Tiene idea de si puede montar esas pieles?". Nunca dispuesto a que mi habilidad fuera cuestionada, respondí simple y muy enfáticamente, "¡Ciertamente puedo!", "Bueno, entonces", dijo, "¡ese será su particular trabajo, y comience tan pronto como sea posible!". Comencé con aquellas pieles de aves desechadas y en el transcurso del tiempo todas, menos un mero remanente, fueron finamente montadas y enviadas al Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard.
   En aquel tiempo no había verdaderos museos de historia natural en el sentido de hoy en día. Las instituciones de enseñanza tenían pequeñas colecciones de referencia y estudio para su alumnado, pero no para el público en general. El Profesor Henry A. Ward fue el primero en presentar el museo de historia natural como elemento educativo público. Fue geólogo de profesión y enseñó esa ciencia en la antigua Universidad de Rochester. Su establecimiento científico estaba ubicado en una calle corta, College Avenue, justo detrás de la Universidad. Tenía una visión amplia y empleó los recursos de la adinerada familia Ward para respaldar su extraordinaria empresa. Le encantaba aventurarse en asuntos considerados peligrosos Fue uno de los grandes viajeros del mundo. Stanley siguió su rastro en África y a través de la experiencia de ambos personajes Livingstone fue localizado y devuelto a la civilización.
   Ward retuvo un gran equipo de trabajadores, todos especialistas, y gradualmente fue induciendo a los dirigentes de las mayores universidades a aumentar sus modestas colecciones de material zoológico y geológico. Era una empresa hercúlea, pero no se desanimó y alcanzó un éxito mayor que sus expectativas. Ni entonces ni ahora se aprecian plenamente cuánto mis propios y humildes esfuerzos contribuyeron al crecimiento y mejora del trabajo en el Ward's y de las resultantes colecciones de museo.
   Cuando llegué a Rochester dediqué gran parte de mi tiempo a la preparación del material encargado para el Museo de la Universidad de Harvard. Este museo fue un monumento al profesor Jean Louis Adolphe Agassiz y fue financiado por su hijo, Alexander Agassiz. El doctor J. A. Allen fue el Conservador.
   La Universidad Amherst tiene un centenar de aves americanas que monté, que originalmente formó parte de la colección de Audubon. Mary Audubon se los vendió al Profesor Ward coincidiendo con mi llegada a Rochester. Las pieles tenían poco menos de un siglo, y antes de que llegaran a mis manos habían sido consideradas imposibles de montar. Eran en gran parte de pájaros acuáticos, que tenían mucha grasa apelmazada y abundantes manchas por limpiar.
   No estuve en el Ward's mucho antes de que William T. Hornaday retornara de la India donde había estado recogiendo pieles de animales y esqueletos, principalmente para el Museo de Harvard. Éramos aproximadamente de la misma edad, teníamos inclinaciones similares, y forjamos una firme amistad desde el principio. Vio lo que yo hacía y lo que había hecho, coincidimos en nuestra manera de pensar, y planeamos y organizamos la Sociedad de Taxidermistas Estadounidenses [Society of American Taxidermists]. De la que fui Presidente; Hornaday, que más tarde se convirtió en Director del Parque Zoológico de Nueva York, fue Secretario; y Frederick A. Lucas, después Director del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, Tesorero.

   Exposiciones de la Sociedad de Taxidermistas Estadounidenses.

   La Sociedad realizó tres interesantes e importantes exposiciones de preparaciones de animales. La primera se celebró en Rochester, Nueva York, en 1880; la segunda en Boston, Massachusetts, al año siguiente; y la tercera en Nueva York en 1883. La última fue patrocinada por el señor Andrew Carnegie y los gastos fueron asumidos por él. Las tres exposiciones contaron con montajes especialmente preparados y estos presentaron una marcada mejora año tras año. El Profesor Ward no tuvo un particular interés en las diferentes exposiciones y solamente asistió a la que se celebró en Rochester. Sin embargo, prestó el grupo de orangutanes al señor Hornaday que este había preparado mientras estuvo en nómina.
El grupo de flamencos (5).
   Cuando informé al Profesor Ward de que deseaba preparar un grupo de flamencos para la Exposición me interpeló con un "¿De dónde obtendrá los pájaros? ". "¡Porque, profesor! ¡Usted tiene bastantes!", le recordé. "¡Ajá! eso es todo, ¿verdad? Bueno, tendrá que ofrecerme algo más de lo que ha hecho hasta ahora". Había realizado un pretencioso grupo de esa extraña combinación de mamífero y pájaro, el Ornithorhynchus u Ornitorrinco, que pone huevos y amamanta a sus crías. Los flamencos del Profesor Ward eran de la especie africana de gran tamaño, Phoenicopterus antiquorum, en algunos aspectos más bellos que cualquier otra clase por sus ricos tonos rosados que contrastaban con el blanco como la tiza del resto del cuerpo y el tenue color rosa del largo cuello. Me atreví a preguntar: "¿Ya puestos, me vendería usted las pieles que necesito?". "Sí", dijo, "Eso haré". Inmediatamente le pagué el elevado precio de setenta y cinco dólares por las tres bellas pieles y estuve feliz por tener el proyecto en marcha. Al día siguiente, para mi gran sorpresa, vino a preguntarme si había escogido los especímenes y cómo tenía previsto montar los pájaros en el grupo. Comencé por contarle lo que había pensado hacer, que seguiría la descripción de Audubon en cuanto a hábitos de cría del ave americana pero que no estaba dispuesto a tener la hembra esparrancada sobre su nido incubando, y pasé a describir a grandes rasgos el grupo propuesto. Cuando terminé, él dijo: "Quisiera conocer cómo sabe usted más sobre la cría de flamencos que Audubon, y cómo volará ante tal autoridad?". Le recordé al Profesor que Audubon jamás había visto la crianza del flamenco y que había obtenido su información de terceros. El sentido común me decía que ningún flamenco forzaría su anatomía descansando durante horas sobre el esternón sin el soporte de sus patas. Si ningún otro pájaro de patas largas lo hacía, ¿por qué debería hacerlo el flamenco? Él respondió: "Bueno, si piensa hacerse el gracioso con ese grupo, no le proporcionaré las pieles de flamenco". O me sometía o renunciaba a mi querido plan. Como fuera que había cedido en el punto principal de nuestra contienda, le arranqué el compromiso de que me permitiera el uso del laboratorio para preparar el grupo, algo que no hubiera sido posible sin aquella concesión. Trabajando fuera de horario los domingos y por las noches pude, sin ninguna ayuda, terminar el grupo a tiempo para la exposición. El Profesor Ward esbozó una sonrisa de aprobación. 
   Días antes de la inauguración, las piezas iban llegando antes de lo previsto. El trabajo amateur fue mucho mejor de lo esperado. Fight in the tree-tops (21) del señor Hornaday mostraba dos grandes orangutanes machos, uno de ellos mordiendo el dedo índice del otro. Demasiado real como para agradar a niños y personas sensibles pero, como todas las cosas horribles, llamaba la atención. Sin embargo, ganó el favor de los jueces y obtuvo la Medalla de Plata como la mejor pieza de la Exposición, para sorpresa de la mayoría de los miembros. Como premios, la Sociedad ofreció una medalla de plata, una de bronce y una serie de diplomas. La medalla de bronce se otorgó a uno de mis pequeños candidatos, un pato de Carolina muy atractivo y hermoso que fue considerado como el mejor pájaro montado de toda la exposición y un verdadero clásico. El grupo de flamencos pasó totalmente desapercibido. Había preparado aquello con un claro propósito: influenciar al Profesor Ward para que fomentara la importancia educacional de las piezas de museo desarrollando grupos de aves ambientados. Hasta entonces, todos los animales destinados a museos se preparaban como unidades separadas. Cada pájaro se montaba en una percha mirando hacia la izquierda y en el museo se disponían mirando en la misma dirección y en desconcertantes hileras. El Profesor G. Brown Goode del Museo Nacional de los Estados Unidos más tarde introduciría el etiquetado sistemático de los especímenes.
   Los jueces abandonaron la ciudad casi de inmediato después de juzgar las piezas, sin haber razonado su veredicto. La insatisfacción sobre su decisión finalmente forzó al secretario de nuestra sociedad, el señor Hornaday, a escribir al Profesor W. E. D. Scott, secretario del Comité de Jueces, preguntando por qué motivo habían pasado por alto el grupo de flamencos cuando cuyo principal objetivo de la Exposición era mejorar el interés y la calidad de la taxidermia en nuestros museos. La respuesta de los jueces se publicó en la prensa de Princeton, y que aunque el grupo de flamencos revelaba gran habilidad y mérito artístico, el comité lo consideró como un intento de alcanzar lo inalcanzable, y que obras de características similares deberían ser desalentadas por las instituciones científicas. Fue así como aquellos caballeros ciegos intentaron disuadir mi idea de grupo ambientado, una idea que desde entonces ha sido tan magníficamente desarrollada y que ahora es aclamada como un gran éxito por cada museo en esta tierra de santos y pecadores.
   Cuando finalizó la exposición de Nueva York, el resultado fue certero y demasiado evidente como para ser negado. Demostré con éxito que esta ciencia natural visual había llegado para quedarse. Mis flamencos ganaban en popularidad por dos a uno. Por lo común, los pioneros no sobreviven lo suficiente para ver los beneficios derivados de sus esfuerzos. Por lo tanto, he tenido y todavía sigo teniendo la suprema satisfacción de saber que mis humildes esfuerzos en imágenes estereoscópicas de colores de conjuntos de naturaleza animada, allá por las décadas de los sesenta y setenta, fueron los verdaderos precursores de los excelentes grupos ambientados de hoy en día (22).
   Cuando volví al Ward's, esperaba poder preparar aquellos grupos. Mis conjuntos previos para las imágenes estereoscópicas tuvieron que ser desmontados de inmediato después de haberlos fotografiado para dejar despejada la galería para los quehaceres de los lunes. Los grupos fueron cuidadosamente ensamblados como si lo fueran para siempre. Varios de mis veinticuatro montajes tenían fondos pintados, no muy conseguidos, lo admito, pero las imágenes ofrecían la perspectiva y el acabado requeridos.
   Si bien en el tema de los fondos, quizá sea de interés apuntar que la primera vez que tuve conocimiento del empleo de un fondo semicircular para realzar el realismo de un grupo, fue en el caso de cinco escenas de caza, grupos que instalamos en al final de la Cuarta Avenida, en el antiguo Madison Square Garden, para la Primera Exposición de Cazadores cuando yo era Secretario de la Asociación (23).
Pato de Carolina preparado por Webster, medalla de bronce en la Exposición de 1880 (24).
   El esfuerzo serio, el trabajo duro, y la habilidad produjeron sus resultados y me condujeron a estar en la vanguardia como preparador de aves casi de la noche a la mañana. Durante casi diez años trabajé sin vacaciones y produje para el Ward's una gran serie de pájaros bellamente montados. Mi venerado amigo de muchos años, William Temple Hornaday, en Masterpieces of American Bird Taxidermy publicado en Scribner's Magazine en septiembre de 1925, comentaba acerca de mis servicios en el Ward's:
   "En 1878 el Profesor Henry A. Ward llevó a su establecimiento en Rochester a un taxidermista de aves realmente maravilloso. Es inadecuado describir al señor Frederic S. Webster con cualquier cualificativo menor. De 1879 a 1882 ambos trabajamos el uno al lado del otro en el gran museo y ahora escribo lo que vi.
   Incluso en aquella temprana época había en América una veintena de hombres que podían montar las aves frescas muy bien, pero con viejas y momificadas pieles secas sus limitaciones eran muchas. La habilidad de los taxidermistas extranjeros del Ward's en cuanto a las pieles secas eran precisamente limitadas.
   Pero a Fred Webster las viejas momias de aves no le espantaban. Las tomaba con una escandalosa confianza, a veces teñida de desprecio, y navegaba a través de ellas con un despliegue de alegría, precisión y velocidad bastante sorprendente. Su conocimiento y habilidad nunca eran en vano. Las pieles pequeñas las empapaba en infames masas, y con las plumas y los huesos húmedos, las montaba, las ablandaba y las terminaba al ritmo de entre cuatro a ocho cada día, como si desgranara guisantes. Con las pieles más grandes que parecían desafiar las habilidades humanas, tenía el mismo éxito. (...)
   Ahora, todo esto no es más que una historia porque su preciado fruto se encuentra en nuestros Museos Americanos. Gracias al espíritu de taller abierto creado por la Sociedad de Taxidermistas Estadounidenses, eliminando cualquier deseo de mantener los métodos en secreto, el señor Webster enseñó sus procesos a un gran número de jóvenes que los practicaron y transmitieron durante el resto de sus vidas. (...)"
                                                                                     Finis."

Hasta aquí el artículo de Webster en Annals, pero Hornaday proseguía ensalzando a su amigo en ese artículo de 1925:
   "Finalmente, en 1892, los métodos del señor Webster se incluyeron en un profuso libro titulado Taxidermy and Zoological Collecting, que por Charles Scribner's Sons fueron enviados al corredor del tiempo, para beneficio de los museos del mundo (25). De todos nuestros museos zoológicos norteamericanos, grandes, medianos y pequeños, tal vez nueve de cada diez de ellos comenzaron a levantarse sobre la base de las aves disecadas. Podría enumerar algunos para evidenciarlo. De todos los materiales, para el iniciador de museo aficionado las aves eran lo más abundante, barato y satisfactorio. Fueron los taxidermistas de aves los primeros en ese campo, y hasta 1880 montaron poco más que las pieles fáciles y complacientes de los especímenes recién muertos.
   (...)
   Los primeros intentos de la Sociedad de Taxidermistas Norteamericanos de promover los grupos de aves se encontraron con tan desalentador pronunciamiento por parte de los tres jueces de la exposición de Rochester, y el éxito total de la idea se tendría que posponer de 1880 a 1887, siete largos años.
   (...) 
   [Hornaday se refiere a obras, destacados grupos pioneros de otros taxidermistas como Jeness Richardson o Robert H. Rockwell, antes de citar de nuevo a Webster] 
   (...)
   En el Museo Carnegie de Pittsburgh hay un hermoso grupo de aves y mamíferos que debería ser de inusual interés para millones de cazadores norteamericanos, turistas y quienes conocen las manadas de alces del Parque Yellowstone. Consiste en una bandada de cóndores y buitres contemplando un alce muerto del señor Frederic S. Webster. Sugiere con impresionante fuerza la repetida tragedia que se cierne sobre la manada de alces de Jackson Hole, que cada noviembre vadea a través de la densa nieve, desde el Parque hasta las tierras de Jackson Hole, solamente para encontrar pastizales estériles. Las tierras fértiles de Jackson Valley son todas ranchos de heno cercados, y los pies de las colinas, bien cubiertos de hierba, han sido pastados por rebaños de ganado.
   El grupo del Museo Carnegie es de lo más oportuno, así como un buen trabajo. Admírenlo, compatriotas estadounidenses, y recuerden que nuestros alces salvajes siguen yendo, a pesar de los intentos por socorrerlos y salvarlos. Esos alces son un gran problema."

El grupo de  buitres con alce muerto (26).

En su libro Taxidermy and Zoological Collecting (1891) William Temple Hornaday ya había opinado décadas antes sobre el veredicto de aquella primera Exposición:
   "Para sorpresa general, excepto para los jueces mismos, y con la consternación y el disgusto de los miembros fundadores de la Sociedad, el grupo de flamencos fue totalmente ignorado, y la medalla concedida a la segunda mejor pieza de toda la exposición fue adjudicada a un solitario pato de Carolina montado por el señor Webster.
   El fracaso del grupo de flamencos al no recibir reconocimiento causó una profunda decepción en todos los que observamos su creación con mucho interés y esperanzada expectación. Se esperaba hondamente que podría llegar a ser el precursor de una larga serie de grupos de aves del más variado e interesante carácter.
   La honestidad de los jueces de aquella exposición, hombres de altos logros científicos, no puede cuestionarse por su decisión en la concesión de aquellos premios. Habiéndose tomado a la ligera su tarea para valorar el grupo de flamencos, los jueces sostuvieron que tales grupos no eran adecuados para los museos científicos, cuando evidentemente esa había sido la intención durante su preparación. Los argumentos en contra fueron en vano, y los que creíamos en esos grupos nos vimos obligados, de momento, a colgar las arpas en los sauces (27). Me complace recordar que, aunque entonces aún no había llegado el momento, los acontecimientos posteriores desmostraron que la idea de los miembros del grupo fue buena, y que, aunque no llegó a concretarse la producción de grupos tal y como se preveía, el tiempo los ha puesto en su sitio, y los grupos ya están a la orden del día."

Hornaday relataba además cómo comenzaron los museos de los Estados Unidos a incorporar grupos de aves en sus colecciones y exposiciones públicas, un mérito que Webster debió compartir:
   "Por una curiosa coincidencia, tres años después de que el primer grupo de aves que presentara la Sociedad de Taxidermistas Norteamericanos a los directores de museos obtuviera una mala acogida, el British Museum (28) emprendió la preparación de una larga serie de montajes de grupos de aves, con sus complementos tanto naturales como artificiales. Precisamente, en línea con nuestra idea, aquellos grupos pretendían mostrar las aves en sus hábitats de anidación. Naturalmente fueron producidos con el merecido esmero y con un resultado francamente admirable. Cuando algunos de estos grupos fueron vistos por el emprendedor y visionario Presidente de la Junta de Síndicos del American Museum of Natural History, el señor Morris K. Jesup, determinó de inmediato que aquella institución, que tan bien dirige desde hace muchos años, también debía albergar grupos de aves. En el proyecto se involucró el señor Jeness Richardson, que se encontraba entonces en el departamento taxidérmico del National Museum (29), y el trabajo empezó en 1886. El señor Richardson nunca vio los grupos de aves del British Museum, y el trabajo lo realizó como si la colección del British Museum no hubiera existido. Yendo, como lo hizo, desde el National Museum, la idea de grupo era nueva para él, y los setenta hermosos grupos que desde entonces ha producido constituyen un duradero monumento a su habilidad como taxidermista, su concepción artística en el diseño, y su energía como recolector. En todo el Museo de Historia Natural de Nueva York no hay otro trabajo más atractivo y agradable para el público en general que los montajes de grupos de aves."

Webster fue uno de los taxidermistas estadounidenses pioneros, no el primero, en agrupar pájaros y poco después mamíferos en un entorno ambientado; fue de los primeros de aquel continente en emplear el maniquí como relleno de la piel de las aves; y Hornaday, también en su Taxidermy and Zoological Collecting, destacó además otra técnica que practicaba su colega a la hora de fijar las plumas de las aves para su secado, y que consistía -siguiente imagen- en el empleo de seis alambres que a modo de percha sostenían el hilo que envolvía el sujeto, consiguiendo con ello que no se presionara el plumaje dorsal y evitar efectos indeseados.

Método de Webster de envolver las aves con hilo para su secado (24).


Para completar en lo posible aspectos de la biografía de Frederic S. Webster con algunas pinceladas más, recordaremos sobre todo algunas de sus obras. En 1886 preparó uno de sus trabajos más conocidos, el caballo Little Sorrel (30), un ejemplar que participó en la Guerra Civil y que perteneció al general confederado Thomas Jonathan Stonewall Jackson. Webster, entonces recién establecido en Washington, lo montó sin emplear los huesos, modelando la escultura en escayola, al modo dermoplástico que entonces se practicaba en algunos museos europeos. Al año siguiente, durante una reunión de la Unión de Ornitólogos Norteamericanos (American Ornithologists Union) defendió la Taxidermia como colaboradora de la Ciencia, y denunció las prácticas -decía- poco éticas de los taxidermistas por cuenta propia que colaboraban con coleccionistas aficionados que acumulaban simplemente por placer. Dos años más tarde, en 1888, empleando la misma técnica, montó un grupo de monos colobo para el Smithsonian de Washington, un montaje que ilustraba el artículo de 1922 de Hornaday Masterpieces of American Taxidermy, publicado en Scribner's Magazine.

Grupo de monos colobo (1888) preparado por Webster para el Museo de Washington (31).


En 1899 se encargó de restaurar el icónico grupo Correo árabe atacado por leones, un dramático montaje de Édouard Verreaux de 1867 compuesto por dos leones de Berbería atacando a un dromedario y su jinete, en realidad un maniquí (32), que fue expuesto en la Exposición Universal de París de aquel año, que entre 1869 y 1896 se expuso en el Museo de Nueva York, que estuvo al borde de ser destruida, y que en 1898 fue adquirido por el Carnegie de Pittsburgh, donde se exhibe en la actualidad.

Webster restaurando el Correo árabe atacado por leones en 1898 (33).


A mediados de los noventa montó una piel de oso que una década después, con la nueva descripción de la subespecie a cargo precisamente de Hornaday, se convertiría en el primer ejemplar disecado de oso de Kermode (Ursus americanus kermodei). En un artículo titulado Un oso de una nueva especie publicado en La Ilustración Artística el 26 de febrero de 1906, William Jacob Holland (34), director entonces del Museo Carnegie, contaba la historia:
   "(...) El último descubrimiento ha sido el de un oso blanco pequeño, descrito en enero de 1905 por Mr. Guillermo F. (sic) Hornaday, director del jardín zoológico del Parque de Bronx, y al que ha dado el nombre de Ursus kermodei, en honor de Mr. Francisco Kermode, administrador del museo provincial de Victoria, en la Columbia inglesa.
   En pocas palabras puede referirse cómo el museo Carnegie ese notable y hasta ahora único ejemplar. Hace algunos años, Mr. F. S. Webster, el veterano taxidermista, recibió de una casa comercial muy conocida, de Nueva York, un lío (35) de pieles que habían comprado en el mercado de Londres. En ese lío, donde había unas doce pieles, halló Mr. Webster una pequeña junto con un cráneo, que en seguida vio que no era la de un oso polar y que estimó ser de un oso negro albino. Compró la piel y la montó. Era uno de los animales disecados que tenia en 1896, cuando los directores del Museo Carnegie le compraron su colección y entraron en tratos con él para que se encargase del trabajo de preparación de los ejemplares zoológicos del museo.
   (...)"

Oso de Kermode preparado per Webster (36).


En el Museo Carnegie, Webster, preparador jefe de la sección de Zoología, encabezaba un equipo que completaban dos asistentes preparadores, Gustav Adolph Link (37) y J. L. Lookwood. En sus últimos años en activo en aquella institución coincidió con los hermanos Remi H. y Joseph A. Santens, dos taxidermistas que también dejarían huella. Como dinamizador, se encargó de organizar excursiones campestres para el The Andrew Carnegie Naturalist's Club.



Agradecimiento.-
Cumplo complacido mi compromiso con Stephen P. Rogers, conservador de colecciones en el Museo Carnegie de Pittsburgh, de dedicarle una entrada a Frederic S. Webster, cuando hace poco más de cuatro años me obsequió una separata original del artículo autobiográfico.



Notas y créditos.-
(1) Con anterioridad, medio siglo antes, Charles Wilson Peale había confeccionado algunos para su museo de Filadelfia. Contemporánea de Webster, la taxidermista Martha Maxwell también confeccionó un gran diorama para la Exposición del Centenario de Filadelfia de 1876. Coetáneo de Webster fue también  James A. Hurst, taxidermista de Albany, Nueva York, que también fotografió sus propios trabajos para producir sus Hurst's Steoroscopic Studies of Natural History, una primera serie de 24 fotografías (1870) en la que aparecían dioramas de mamíferos y aves de su colección -a partir de 1871 y durante tres años mantuvo abierto su Albany Free Museum- y una segunda serie de 12 fotografías (1875) de Taxidermia antropomórfica, en la que aparecían animales emulando actividades humanas.
(2) Retrato publicado en Popular Science Monthly, ilustrando un artículo sobre el Museo Carnegie.
(3) En inglés el empleo del pronombre I es más notable que en la traducción.
(4) Entiéndase "los ricos y los pobres".
(5) Imágenes ilustrativas del artículo autobiográfico de Webster en Annals.
(6) Tuvieron lugar del 13 al 17 de julio de 1863.
(7) Irlanda.
(8) Así se conoce a la poderosa maquinaria política del Partido Demócrata.
(9) Regimiento de Infantería con sede en Nueva York y formado mayoritariamente por irlandeses.
(10) En el original, literalmente, "de hábitat".
(11) Warren fue alcalde de Troy durante la Guerra Civil norteamericana, adinerado hombre de negocios y uno de los mayores coleccionistas de porcelana china de su época.
(12) El célebre ornitólogo estadounidense de origen francés John James Audubon (1785-1851).
(13) Un pie equivale a poco más de 30 centímetros.
(14) Un atacador o vara de atacar era el instrumento con el que se atacaban los cañones de artillería, es decir, se empujaba a su interior la pólvora o la bala y, por exensión, tradicionalmente se viene denominando así al taco cilíndrico de madera que se emplea para empujar el mterial de relleno.
(15) Fotografía reproducida en el libro de homenaje a F. A. Lucas Fifty Years of Museum Work. La identificación es la que aporta el libro. Sólo he añadido la especialización. De pie de izquierda a derecha: Frederick S. Webster (taxidermista, ornitología), Harry L. Preston, Edmond N. Gueret (osteólogo), Arthur B. Baker (invertebrados), Robert Koehler, Frederic A. Lucas (taxidermista), J. William Critchley (taxidermista), Frederick W. Staebner (mineralogía) y E. Mirguet. Sentados: Nelson R. Wood (taxidermista), "Cris" (Isidore Prevotel?, taxidermista), Chas E. de Kemperer, William T. Hornaday (taxidermista, mamíferos), John Martens (taxidermista, mamíferos) y Jules F. D. Bailly (taxidermista y osteólogo).
(16) A pesar de la reivindicación de autoría de Webster, el empleo en aves de maniquíes o cuerpos artificiales fabricados con estopa y envueltos en hilo es algo que propusieron los franceses Jacques-Marie Hénon y Jacques Marie Philippe Mouton-Fontenille de la Clotte en su obra Observations et experiences sur l'art d'empailler les oiseaux publicada en 1801. En descargo suyo, a finales del XIX aún había algun autor, y bastantes taxidermistas, que simplemente seguían henchiendo la piel.
(17) El anatomista inglés Thomas Henry Huxley (1825-1895), defensor de la Teoría de la Evolución de Charles Darwin.
(18) Se refiere a Jules François Desiré Bailly, que había trabajado en la Maison Verreaux de París.
(19) Monal colirrojo (Lophophorus impejans).
(20) Se conoce como Bronceado al ibis hadada (Bostrychia hagedash).
(21) Combate en las copas de los árboles.
(22) Ver nota 1.
(23) Dicha exposición tuvo lugar en 1895.
(24) Ilustraciones incluídas en el libro Taxidermy and Zoological Collecting (1891) de William T. Hornaday.
(25)  Hornaday obviaba que él mismo era el autor.
(26) Precisamente esta imagen ilustraba al artículo de Hornaday Masterpieces of Bird American Taxidermy (1925). 
(27) La expresión colgar las arpas en los sauces, en referencia al salmo 137 de la Biblia, equivaldría a la más actual dejar el tema aparcado. 
(28) El actual Museo de Historia Natural de Londres.
(29) El Museo Smithsonian de Historia Natural de Washington.
(30) En la actualidad, aunque muy deteriorado, sigue expuesto en el Virginia Military Institute.
(31) Esta imagen, entre otras, ilustraba el artículo de Hornaday de 1922 Masterpieces of American Taxidermy.
(32) Recientemente, durante una nueva restauración se descubrió que el maniquí incorporaba un auténtico cráneo humano.
(33) Fotografía publicada por Popular Science Monthly en 1901. 
(34) Tanto el artículo como la imagen que lo acompañaba habían sido publicados originalmente justo un año antes en la revista estadounidense Popular Science Monthly.
(35) Un fardo.
(36) De La Ilustración Artística.
(37) El lector encontrará una breve biografía en recuerdo de Gustav Adolph Link ilustrada con su retrato, en la nota al pie número 6 del artículo Los hermanos Remi y Joseph Santens publicado en Taxidermidades.


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Taxidermidades, 2018.


Bibliografía:
William Jacob Holland   The Carnegie Museum , en Popular Science Monthly, vol. 59, mayo de 1901.
William Temple Hornaday Taxidermy and Zoological Collecting , Charles Scribner’s Sons, Nueva York, 1891. 
William Temple Hornaday  Masterpieces of American Taxidermy ,  en Scribner's Magazine, vol. 72, nº 1, Nueva York, julio de 1922.
William Temple Hornaday  Masterpieces of American Bird Taxidermy ,  en Scribner's Magazine, vol. 78, nº 1, Nueva York, septiembre de 1925.
Cristina Rouvalis   Lion Attacking A Dromedary. An old favorite at Carnegie Museum of Natural History will soon get a new home and a new name , en Carnegie Magazine,  Pittsburgh, invierno de 2016.
Janis C. Sacco y Duane A. Schlitter The Return of the Arab Courier: 19th-Century Drama in the North African Desert , Carnegie Magazine, Pittsburgh, Marzo-Abril de 1994.
Sharon B. Smith  Stonewall Jackson's Little Sorrel: An Unlikely Hero of the Civil War, Rowman and Littlefield, Guilford, Connecticut, 2016.
Frederic S. Webster   The Birth of Habitat Bird Groups, reminiscences written in his ninety-fifth year , en Annals, vol. XXX, Carnegie Museum, Pittsburgh, 10 de septiembre de 1945. (libro electrónico)